domingo, 11 de marzo de 2007

ALONSO DE SANTA CRUZ (el cartógrafo de las Malvinas)

Para medir su fama con una síntesis sería suficiente: Marino y cosmógrafo español del siglo XVI, nacido probablemente en Sevilla. En 1525 formó parte de la expedición de Sebastián Gaboto y en 1536 obtuvo la plaza de cosmógrafo de la Casa de Contratación de Sevilla. Fue el primero en trazar cartas esféricas por el sistema de proyecciones polares equidistantes (1540) según acredita en su “Libro de las longitudes”. Trazó numerosos mapas y dejó otras notables obras como el “Libro de Astronomía”, “Crónica del Emperador Carlos V”, etc.
Alonso de Santa Cruz merece mucho más que esta ligera glosa. Conozcámoslo mejor.
La expedición de Sebastián Gaboto, contrariamente a otras, fue formada en su mayoría por personas ilustradas. No hubo necesidad de reclutar analfabetos y delincuentes, en sacar condenados de las cárceles. Quien vino con Gaboto se embarcó por selección especial que hizo el Veneciano o por recomendaciones de la Reina, del Rey y de personajes influyentes de la Corte o de la Administración española.
Por otra parte, las notabilidades que pusieron dineros para explorar el nuevo mundo lo hicieron con riesgos personales, pues casi todos se embarcaron para vigilar que se hacía con los ducados y maravedíes.
Don Francisco de Santa Cruz y su esposa doña María de Villalpando tenían una pequeña fortuna en Sevilla, de donde eran vecinos.
Don Francisco fue designado diputado para el despacho de la armada de Sebastián Gaboto y su aporte fue el mayor del de todos los armadores, a excepción del del Rey.
Puso 1.127.461 maravedíes y más aún, se le confirió licencia para repartir sueldos. entre los armadores y atender a su pago, pues faltaba dinero para el despacho de las naves (1).
Necesitaba controlar tamaña inversión y en su nombre y en el de otros colegas, hizo participar del viaje a su hijo Alonso, mientras él quedaba en Sevilla junto con otros dos que tenía en ese entonces, Beatriz y Bernardino, este último muy estudioso, tanto que como consecuencia de ello perdió el uso de la razón.
Alonso era un joven ilustrado que cursó estudios desde muy niño, 1512, en la Universidad de Salamanca y hasta muy poco antes de su designación.
Recayó en él el nombramiento de Veedor en la “Santa María del Espinar” capitaneada por Gregorio Caro. Por su contribución con trabajo personal se le reconocerían veinte mil maravedíes de sueldo y su función era representar a los armadores.
En sus veinte años de vida nunca había navegado o si lo hizo la práctica fue en aguas tranquilas. Aparentemente la navegación no le asentaba pues durante todo el viaje estuvo enfermo.
A la llegada a Las Palmas, adoleciendo de una pierna, estuvo recluído por esa razón en una posada, previa solicitud de licencia para bajar. Durante el tiempo que permaneció en cama lo fueron a visitar sus compañeros Rojas, Méndez, Rodas, Brine y Rivas, quienes eran los que justamente en el monasterio San Pablo de Sevilla, se hicieron juramento solemne ante un ara consagrada de tenerse hermandad los unos con los otros y lo que al uno tocase, que tocase a todos los demás (2).
Sebastián Gaboto no miraba con buenos ojos esa relación de Santa Cruz con los nombrados, pues éstos se habían puesto en pugna con algunas decisiones del Capitán General. Martín Méndez, por ejemplo, que tenía reservado el oficio de Teniente del Capitán General se sentía desplazado, pues Gaboto quería nombrar en su lugar a su amigo el catalán Miguel de Rifos. Era tan notoria esta intención que el propio Rifos se hacía escribir cartas dirigidas “al señor Miguel Rifos, teniente de Capitán General de la Annada que va a Maluco, Tarsis y Ofir”. Es imaginable el celo que levantó esto en Méndez al tener conocimiento.
Sin embargo, las arremetidas de Gaboto iban contra los conjurados, pero no hacia Alonso de Santa Cruz, a quien consideraba en una forma muy especial debido a ser económicamente poderoso y muy ilustrado. En el transcurso de la navegación Santa Cruz persistía en sus relaciones con quienes habían caído en desgracia y evitaba recostarse del lado del Capitán General. Igual actitud adoptó al llegar a Pernambuco, cuando Sebastián Gaboto comenzó a insinuar su idea de desobedecer al Rey e ir en busca de las riquezas que los portugueses le habían contado que existían en el río de Solís.
Para concretar sus propósitos el Veneciano convocó a platicar a sus capitanes y a los representantes de los armadores, pero no citó a Alonso de Santa Cruz por temor de que éste se opusiese, como en verdad lo hizo Francisco de Rojas en nombre de sus amigos circundantes en el sentido de que no apoyaba la desobediencia en que se iba a incurrir. Empero, la mayoría de los presentes aprobaron la pretensión de Gaboto y las lanzas quedaron rotas entre los oponentes.
Esta votación fue desventurada para Francisco de Rojas y, su mala fortuna se vio apresurada cuando discutió violentamente con un despensero, pretexto que le movió a Gaboto para hacerlo prender. Coincidía esta privación de la libertad con el hecho de que el capitán Méndez también estaba preso a bordo, mientras que el otro conjurado, Miguel de Rodas, era condenado porque en una noche oscura no había querido prender el farol de orientación de su nave y en otra ocasión se negó a amainar las velas.
Alonso de Santa Cruz, espectador de estos sucesos, no aceptaba tan drásticos procedimientos pero tampoco se ponía en situación agresiva. Ayudaba sí, a los procesados, en especial a Méndez, para quien redactó un requerimiento dirigido a Gaboto a fin de que éste le dijese el motivo de su prisión y le pedía la restitución de su honra y fama, por no haber hecho cosa alguna contra el servicio del Rey.
El escrito, dirigido al muy magnífico señor Sebastián Gaboto muestra a un Santa Cruz ilustrado y de gran equilibrio; pero no tuvo el éxito esperado: sus amigos Rojas, Rodas y Méndez fueron abandonados a su suerte el 15 de febrero de 1527 en una isla con unas botas de vino, ciertos quintales de bizcochos, alguna pólvora de lombarda y otras cosas que pidieron, con más toda su ropa y rescates (3).
Su ocupación como defensor de una causa que perdió junto con sus amigos, le hizo pensar, con sus 20 años de edad, que sería prudente para salvaguardar los intereses de su padre, interesarse más en la náutica y cosmografía para lo cual tenía aptitudes.
Se concentró, pues, en la observación de la navegación, precisando la ubicación de muchas islas. Anotó profijamente en sus cuadernos, aprovechando el tiempo de su estadía en Santa Catalina, todos los datos necesarios para confeccionar su “Islario” que siglos después aprovecharía Harrise, e inclusive anteriormente Oviedo para aclarar sobre las islas Martín García y San Lázaro.
Cuando llegó la armada al río Carcarañá, Alonso de Santa Cruz estaba muy enfermo. Su salud se había resentido considerablemente. Una de las primeras casas de paja que se construyó en Sancti Spiritus fue destinada a su albergue de reposo, curación y cuidado.
Fue el huésped más consecuente de Puerto Gaboto pues permaneció en su rancho durante toda la vida del Fuerte.
Sebastián Gaboto usó de él para concentrar la información recogida en sus apuntes cartográficos y seguramente Santa Cruz debe haber producido una considerable cantidad de croquis, mapas y planos que luego, por propia confesión, se supo fueron perdidos en el incendio de la fortaleza y del poblado.
En sus trabajos fija nombres como el de Ypitin al río Bermejo y cuenta leguas para dar ubicación a ríos, lugares, islas y poblaciones de indios.
Su vida se deslizó en el Carcarañá, apaciblemente, rodeado de un ambiente pródigo para sus pacientes trabajos y elucubraciones. Su presencia en los ranchos y en la ciudadela, no obstante su fragilidad y extrema juventud, da a esa pequeña, heterogénea y peculiar sociedad, un sentido de moderación y de respeto que compensa la alegre y pícara vivacidad de muchos de sus compañeros.
No se puede juzgar exactamente si el mal que lo tenía recluido por temporadas era de orden síquico o físico; pero a través de la distancia se encuentra una mixta explicación, aunque la balanza se inclina hacia lo depresivo. No hay dudas que los viajes le enfermaban. Acaso la navegación no le fuera favorable y provocaba en él un mal de mar recrudecido que desestabilizaba sus otras funciones orgánicas llevándolo aun punto de extenuación física, aunque tampoco los viajes fluviales, de consecuencias más benignas o nulas, tampoco lo atraían.
Antecedentes del otro mal invisible, el de la mente, había en su familia. Su hermano Bernardino, como se dijo, perdió la razón por la lectura, emulando al Quijote. Y ya veremos más adelante que Alonso tuvo en España muchos períodos de reclusión voluntaria que se prolongaban por más de un año, durante los cuales ningún habitante de Sevilla, podía verlo fuera de su casa.
Olvidemos estas debilidades de la mente y retornemos al Santa Cruz de Puerto Gaboto.
En las previsiones adoptadas por Gregorio Caro presagiando un asalto indígena, confió a Alonso la jefatura de la barca, especie de bergantín, amarrada en el río Carcarañá asignándole quince hombres y un lombardero.
Fue un planeamiento teórico pues cuando llegó el momento nada pudo organizar Alonso de Santa Cruz, sorprendido en su rancho por el ataque. Atinó a salir de la posada envuelto en la gritería de los indios se puso al lado del Capitán Gregorio Caro y fue uno de los primeros que llegó a la barca.
Una vez en ella y vista la inaplicabilidad de las instrucciones de defensa que había recibido, saltó a tierra para oponerse a los atacantes, quizás en un impulso y llevado por el ímpetu de salvar el resultado de tantos meses de trabajo; pero ante la imposibilidad de contener la avalancha indígena se tiró al Carcarañá y con el agua hasta la garganta fue subido con dificultad a la embarcación que ya no aceptaba más tripulantes.
Llegó desfalleciente a San Salvador y allí debe haber quedado postrado, pues en la Junta de pareceres convocada por Gaboto no aparece. No era hombre de pelea, pero como se vio, para hacerlo sacó fuerzas de flaquezas. Pasado el momento del desesperado apuro, su humanidad habrá requerido tiempo suficiente para su distensión; más aún, conociendo su condición intelectual, su mente habrá sufrido el choque súbito de la sorpresa que en su perspectiva le hizo decir, algunos años después, ante el historiador Oviedo “que los indios, llevando hachas encendidas, se lanzaron al ataque de la fortaleza en número de más de veinte mil”, exagerando así, con el susto, el número de los asaltantes.
Regresó a España junto con Gaboto en la “Santa María del Espinar” y al pasar por la isla de Sta. Catalina no pudo olvidar a sus amigos Méndez, Rojas y Rodas y pidió a Sebastián Gaboto que tratara de recogerlos, ignorando que tanto Méndez como Rodas habían perecido. Aquellos tres desterrados vivieron en su ostracismo en armonía entre sí, en un principio; pero luego Méndez y Rodas se distanciaron de Francisco de Rojas y escaparon desde el puerto de Los Patos a Santa Catalina en una canoa indígena que zozobró como consecuencia de un fuerte viento.
Llegada la “Santa María del Espinar” a San Vicente, Santa Cruz adquirió cuatro esclavos indios para llevar a España. Una vez en la península, el gran cartógrafo en ciernes fue requerido en informaciones verbales, sumarios y procesos para aclarar muchas incidencias de la expedición y sobre todo cuestiones minuciosas que hacían a su buen recuerdo de nombres y cosas, en virtud de su buena memoria, y más aún por haber sido designado para conservar los libros de la armada, en su calidad de “Tesorero general” según su propia expresión.
Es así que fue preguntado, entre otras cosas, sobre la fecha de salida de la armada de San Lúcar de Barrameda, acerca de la cantidad de hombres que llevaba la armada, referente a una disputa que había tenido Francisco de Rojas con Gonzalo Núñez de Balboa, relativo a un embarque de ocho marineros en Las Palmas, concerniente a una nave francesa avistada en el mar, relacionado con las dificultades que tuvo Diego García de Moguer en Sancti Spiritus, respecto de la cantidad de hombres que dejó Sebastián Gaboto en el Fuerte antes de su partida definitiva, en lo tocante a la profesión y domicilio del piloto Enrique Patimer, referido a la nacionalidad de Antonio Ponce y a la identidad de Melchor Ramírez, atinente a la amistad de Rifos con Gaboto y vinculado con otros detalles de la expedición.
Todas fueron preguntas no litigiosas. Sin embargo, Santa Cruz en vez de limitarse a responder con un sí o un no cuando así se le pedía, solía aprovechar la coyuntura para expresar su antipatía contra Sebastián Gaboto, deslizando algunas opiniones críticas sobre determinados asuntos.
Su trabajo como expedicionario no le dio tanta gloria como sus estudios y publicaciones cosmográficas, que empiezan a florecer poco tiempo después de su regreso a España y ya instalado en casa de sus padres.
Por lo que se verá en seguida, Puerto Gaboto puede vanagloriarse de haber cobijado en su seno a un extraordinario intelectual. Así como Francisco César fue el desideratum del guerrero, Alonso de Santa Cruz debe anotarse como elemento válido para rendir homenaje a la intelectualidad.
No fue filósofo pero trasladó del latín a romance castellano todo lo que Aristóteles escribió de la filosofía, moral, ética, política y económía, con una glosa suya para entender bien las partes oscuras del texto traducido.
No fue historiador, pero fue el primero que hizo el historial de los Reyes Católicos desde el año 1490 hasta que el Rey Católico murió y además redactó la crónica de Carlos V a contar de los dieciséis abuelos.
No fue escritor, pero a través de sus trabajos dejó en claro y en buen estilo la descripción de los puertos, de las islas, de las costas y de la tierra adentro.
No fue astrólogo, pero escribió un libro de astrología como el del historiador griego del siglo II don Pedro Apiano con el fin de predecir por los astros el porvenir, con sus ilustraciones para que el Rey lo entendiese.
No fue botánico, pero tuvo hecho libros sobre ciencias naturales, describiendo árboles comunes y árboles de linaje y otras cosas sobre especies vegetales de mucho primor.
No fue poeta, pero en su contacto con los misterios del universo, llámense estrellas, reinos ignorados, mareas y longitudes, sintetizó con sus trazos la más hermosa poesía de la naturaleza.
Ese fue el hombre, que pálido y desencajado por sus raras dolencias estuvo tirado en un camastro en uno de los veinte ranchos de Gaboto, situados en la Alameda del río Carcarañá, donde muchas veces habrá paseado su convalecencia. Razón tiene la Academia Nacional de la Historia al considerar ese lugar “como parte del área en que funcionó el Fuerte Sancti Spiritus” porque ella, entre otras cosas, sirvió “aun para paseo de los primeros pobladores del territorio argentino” (4).
Acaso buena parte de los estudios que acabamos de detallar habrán sido elaborados en su mente en la quietud de su casa de paja, en las largas noches de vigilia provocadas por su eterna recuperación y apuntados en papeles que se hicieron humo con el fuego indígena, a la luz del candil, nutrido con el aceite de los sábalos que el lugar prodigaba abundantemente.
Y si el timbú no quiso que se llevase sus escritos y los incendió con sus flechas ígneas, el ejercicio de la escritura habrá servido para fijar en el intelecto del sabio las huellas necesarias para reproducirlos,
Muy presente habrá tenido Alonso sus observaciones realizadas en Sancti Spiritus para ofrecer a su muy alto y poderoso señor el Rey sus conocimientos acerca de las condiciones y manera de vivir de los indios y cristianos que en aquella población residían, con el único propósito de que se tuviesen noticias si algunas causas eran justas y lícitas y les sirviesen al soberano como antecedente para aplicar a sus gobernados.
Lástima que estas observaciones no han sido encontradas, pero existieron, pues en un informe que Santa Cruz hizo al marqués de Mondexar, Presidente del Consejo de Indias le dice haber puesto “por escrito las cosas notables de la tierra” en un extenso memorial, que de seguro hubiera servido para complementar las interesantes crónicas de Luis Ramírez. Curioso hubiese sido conocer además el asesoramiento brindado en esa comunicación al Rey, acerca de la instalación de fortalezas para estar más seguros los puertos de algunos ríos (5), no obstante la singular experiencia pasada con el suyo. La lectura de este trabajo hubiese servido para profundizar la vida de los conquistadores en Sancti Spiritus, ya que Santa Cruz no estuvo ni pudo recibir impresiones de otro lado.
Ya en 1535 la Corona lo empezó a tener en cuenta para ciertos trabajos de investigación y es designado junto con su ex jefe Sebastián Gaboto, Francisco Falero y Fernando Colón, el segundo hijo del descubridor de América, para examinar ciertos instrumentos necesarios para la navegación de las Indias. Al año siguiente, 1536, Santa Cruz es nombrado cosmógrafo de la Reina y Gaboto es notificado que “para hacer las dichas cartas e instrumentos” debía llamar a su ex tesorero para examinar juntos y no debía hacer nada sin su conformidad. Rudo golpe para Sebastián Gaboto. Por otra parte, la Reina había encargado a Alonso la construcción de una carta de navegar.
El nombramiento de cosmógrafo no le fue conferido a título graciable sino por información de sus conocimientos, tales como el de haber creado cartas e instrumentos “que hasta ahora no se han hallado ni hecho por persona alguna” (6) tal como “para tomarse la altura del sol a cualquier hora” y “la del norte muy más precisamente”, “para las cosas de la longitud”, “relojes generales para poderse servir de ellos do quiera que se hallaren”, “para navegar sin otra cosa que los relojes, su carta y aguja”, etc.
Simultáneamente, la Reina obliga a todos los pilotos que vinieren de Indias den relación a Santa Cruz de todo lo que éste les pidiese, lo que lo convirtió en pieza muy importante de la organización de la navegación del nuevo mundo, pasando por encima del Piloto Mayor del Reino.
Veinte años trabaja Alonso de Santa Cruz ejerciendo su función de cartógrafo con importantes trabajos de su especialidad y alternando su actividad con otras ciencias, como ya hemos visto.
Pero, cansado de la monotonía en que se sometió deliberadamente y con el propósito de ampliar sus servicios al Rey en cosas de más relevancia para su persona, suplica en interminables cartas, que se le confieran otras tareas. Señala los servicios que ha prestado a la Corona y a “Vuestra Majestad” y como consecuencia le solicita algunas mercedes, como que lo mande a Sevilla, su tierra, para poder trabajar allí en un ambiente más propicio que la Corte y poder ser miembro del Consejo de Indias para el aprovechamiento de sus conocimientos.
La ilusión de Santa Cruz no se cumplió, aunque el Rey lo consideró residente de Sevilla y le aumentó la remuneración por sus servicios, con la condición de permanecer en la Corte sin hacer ausencia de ella sin expresa licencia.
Pudo tener la fortuna de haber sido designado Piloto Mayor del Reino en 1566 pues el Rey ya había dispuesto darle “cien mil maravedíes de salario” que consumía Sebastián Gaboto en ese cargo, y nombrarlo en ese oficio- pero luego se resolvió de “que no hay al presente la necesidad de proveer el dicho oficio de persona alguna” (7).
Santa Cruz siguió prestando sus servicios a la Corona por poco tiempo más y el 9 de noviembre de 1567: “Sic transit gloria mundi”.
El mancebo de viente años que concibió su porvenir en Puerto Gaboto, que encontró allí reposo para su fatiga, que habrá meditado cien veces a la sombra de los algarrobos, de los chañares y de los sauces del lugar, tuvo gloria en la madurez de su vida entre sus contemporáneos europeos y entre los navegantes que se inclinaron sobre sus cartas salvadoras de muchas vidas en el mar.
Es poco lo que hemos dicho de sus trabajos no obstante que con ello ya pudo hacerse célebre. Ampliaremos diciendo que hizo una traza de España, corrigió las cartas antiguas, hizo cartas de marear por alturas y por derrotas, confeccionó instrumentos para atender la cosmografía, trajo en plano un globo terráqueo, abierto por los meridianos, para conocer la proporción que tiene lo redondo a lo plano; abrió otro por el equinoccial quedando los polos en medio; cortó dos por los polos: uno por el meridiano de Ptolomeo y otro por la línea de repartición entre Castilla y Portugal; llevó al plano otros globos terráqueos con distintas características; aumentó los corazones de Vernerio y Orontio(figuras de astronomía), etc. y fue calificado por Nicolás Antonio “Mathematicarum Omniun Artiun peritissimus”, y por Oviedo como “hombre principal de la Armada de Gaboto de entero crédito y honra”.
Taciturno y concentrado durante toda la vida, su única pretensión era la de trascender la multitud de conocimientos que interionnente había elaborado para servir a su Rey.
En vano suplicaba como “humilde o menor criado de Vuestra Majestad que sus reales pies y manos besa”; en vano deseaba que “Nuestro Señor, la sacra y católica persona de V.M. guarde, y prospere con aumento de muchos más reinos y señoríos”; en vano le hacía notar su sacrificio de trabajar para el Rey “aunque hará un año que todo se me ha ido en dolencias y melancolías y otros trabajos que Dios me ha querido dar y estoy al presente muy flaco en el cuerpo y con gota y sin riqueza” (8).
Se adivinaba en él una desesperación por sobreponerse de sus males siquicos y somáticos inciados en el enclaustramiento de Sancti Spiritus en 1527-29, en sus anteriores vicisitudes de salud cuando niño o muchacho en Salamanca, prolongados a los cincuenta años en Sevilla al decir del Dr. Hernán Pérez cuando desde dicha ciudad propugnaba ante el Rey el nombramiento de un piloto mayor: “un Santa Cruz está aquí, al cual yo no he visto después de aquí vine y antes se me ha agraviado mucho porque lo envié a mandar que asistiese a los exámenes de los pilotos, porque dice que está muy ocupado en hacer ciertas obras que S.M. le ha mandado”. “Según me dicen no hay hombre en esta ciudad de que de un año y aun más a esta parte lo haya visto fuera de su casa; dicen que tiene la condición tan extraña que tenien no le acontezca lo de un hermano suyo, que por tener parte de esa condición, se le ha levantado el juicio” (9).
iPobre Alonso de Santa Cruz! No queremos prejuzgar si la falta de cumplimiento que le atribuye el Dr. Pérez sea motivo de un engaño, sino que nos inclinamos a creer que su reclusión fue una consecuencia del agobio que pesaba sobre él, que ése era su método en la vida para traducir en trabajos la multitud de ideas que bullían en su cerebro, y pensamos que la extraña condición que le podía llevar a la locura es una posibilidad que también podría producirse.
“Después de la gloria el olvido”. Así ocurrió con Alonso, el jovenzuelo de Sancti Spiritus, que hace siglos fue nuestro huésped, cuya presencia nosotros queremos traer a la memoria de las actuales y venideras generaciones gaboteras para recordar que nuestra tierra, hospitalaria por naturaleza, lo acogió entre los suyos.
Y con toda la fuerza de nuestro corazón lo elevamos a la consideración de todos los argentinos para que sepan que Alonso de Santa Cruz fue uno de los primeros que atribuyó a los territorios de España -nuestros territorios por herencia- un minúsculo punto en su mapa de 1541, que representa las irredentas islas Malvinas, usurpadas siglos más tarde por el invasor irracional, que atrapó el territorio insular con su soberbia, olvidando deliberadamente el aserto de nuestro glorioso huéped que lo fijó en su “Islario General” al oriente del puerto de San Julián y a la altura del paralelo 51.

Notas

(1) Medina, José Toribio: “El Veneciano Sebastián Gaboto...-. Santiago de Chile, 1908, Tomo 1, pág. 85.
(2) Ibidem, pág. 98.
(3) Ibidem, pág. 156.
(4) Academia Nacional de la Historia. Acta No. 1058 del 13 de julio de 1982.
(5) Medina, José Toribio: Obra citada, Tomo 1. pág. 349.
(6) Ibidem, Pág. 342.
(7) Ibidem, Pág, 352.
(8) Ibidem, pág. 316.
(9) Ibidem, Pág. 399.

AMADEO P. SOLER
Los Gloriosos Huéspedes
de Puerto Gaboto


ALONSO DE SANTA CRUZ (Sevilla, 1505-1567)
Nacido en un ambiente acomodado, obtuvo una educación completa, tanto en la ciencia como en los clásicos, en historia y literatura de su tiempo. Su padre, activo armador de barcos para viajes de ultramar, fue alcalde del Alcázar de Sevilla. Entre 1526 y 1530 Alonso, con 20 años, se apunta como tesorero y tenedor de libros del viaje de Sebastián Caboto en busca de una ruta más corta hacia el Pacífico, en busca de Ofir y Tarsis. Conoció bien las costas americanas, inlcuído el golfo de México. Mostró pericia en la construcción de instrumentos y cartas marinas y regresó convertido en un experimentado cosmógrafo. Fue invitado a la junta para preparar otro viaje de exploración, con Hernando Colón, Francisco Faleiro y Caboto. Colaboró con el diseño de ins-trumentos y mapas para el viaje que debía realizar Gaspar Revelo y que no se llegó a realizar. Pero Santa Cruz estaba considerado entre los primeros expertos consejeros para el Consejo de Indias.
Entre 1537 y 1539 permaneció en la Corte, donde conversó con el emperador sorbre materias de filosofía, astronomía y cosmografía, entreteneiendo, según parece, al monarca que sufría uno de sus ataques de gota. Ganó prestigio y fama, y nombramientos administrativos pagados irregularmente a lo largo de su vida, como se ve por las reclamaciones. En 1540 parece que se apartó de la Corte y realizó una serie de viajes. En Lisboa trabó relación con Joâo de Castro, cartógrafo y cosmógrafo de gran experiencia en las Indias Orientales, que se comportó de forma muy abierta con él. Trabajó como historiador, realizando
Crónicas de los Reyes Católicos (1490-1516) y de Carlos V (hasta 1551). En 1554 fue llamado a la Corte para la Junta que debía examinar un instrumento presentado por Petrus Apianus para el problema de medir las longitudes en el mar. Probó que era igual a uno diseñado por él mismo. Instruyó al futuro Felipe II en filosofía moral, escribiendo un ABCdario virtuoso y construyendo astrolabios, cuadrantes y brújulas. Ofreció muchos memoriales y servicios al Consejo de Indias, pero nunca solicitó nada. Sus bienes pasaron a disposición del cosmógrafo del Consejo de Indias, López de Velasco. Dejó una inapreciable colección de trabajos que se han perdido en su mayor parte. Se conservan: mapas, cartas de marear y textos. Hay 218 piezas cartográficas.
Su
Islario General, del que quedaron cuatro manuscritos fue publicado en 1918. El Libro de las longitudes se publicó en 1921. Santa Cruz señaló algo muy imortante, que sólo medidas exactas del tiempo podían resolver el problema de la medición de las longitudes, problema crucial para la navegación que no se solucionó hasta que en el siglo XVIII se comenzaron a fabricar relojes mecánicos.
Además de muchos otros instrumentos, Santa Cruz inventó un método empírico para la proyección y trazado de los mapas.


Islario general de todas las islas del mundo. (1560)


Primer atlas manuscrito sobre papel. Portada.


El Islario es la obra magna del cosmógrafo sevillano Alonso de Santa Cruz. Se inició en época del emperador Carlos V y se terminó en la de su hijo Felipe II, a quien está dedicada. Como se aprecia claramente en la portada, el nombre de Alonso de Santa Cruz ha sido raspado y figura como autor Andrés García de Céspedes, y la dedicatoria de la obra es a Felipe III. La falsedad de esta atribución queda patente en el manuscrito en el que los textos apócrifos se han superpuesto a los originales. En el Islario se utiliza por primera vez el papel en lugar del pergamino, que era el soporte más común para este tipo de cartas. El trazado de los mapas es más funcional, cuidando menos la estética que en los portulanos medievales. El atlas está compuesto por ciento once mapas que representan las islas y penínsulas del mundo y muestran todos los descubrimientos realizados desde el siglo XV hasta mediados del XVI. Las cartas incluyen escala de latitudes y algunas también de longitudes, llevan troncos de leguas con escalas variadas y están orientadas con flores de lis. En relación con la datación de la obra, por las fechas que aparecen en los textos descriptivos de las islas y por diferentes estudios como los llevados a cabo por los profesores Wieser y Cuesta, los mapas se realizaron en la cuarta década del siglo XVI, hacia 1539, y el trabajo fue terminado hacia el año 1560. La obra comienza con una carta del autor dirigida al rey, en la que justifica su trabajo y explica diversos conceptos geográficos. Precede a los mapas una «Breve introducción de la Sphera» en la que Santa Cruz hace una descripción cosmográfica, ilustrada con catorce figuras astronómicas. El Islario general propiamente dicho está compuesto de cuatro partes: la primera referida al Atlántico Norte; la segunda, al Mediterráneo y su entorno; la tercera, a África y el océano Índico, y la cuarta y última está dedicada al Nuevo Mundo. Es muy probable que el Islario general fuera parte de una Geografía Universal que Santa Cruz no llegó a terminar. Alonso de Santa Cruz (1505-1567), cosmógrafo de la escuela sevillana, fue una de las figuras más representativas de la Casa de Contratación. Uno de los primeros trabajos que realizó fue la formación de cartas esféricas del Nuevo Mundo. Escribió diversas obras de cosmografía, como el Libro de las longitudes; de geografía, como el Islario, o de carácter histórico, como la Crónica de los Reyes Católicos o la Crónica de Carlos V.


ALONSO DE SANTA CRUZ,
HUESPED DEL FUERTE SANCTI SPIRITUS

Alonso de Santa Cruz formó parte de la expedición de Sebastián Gaboto como tesorero y tenedor de libros siendo un joven de 21 años. Vivió casi los 823 días de existencia del fuerte Sancti Spiritus en una de las veinte viviendas d la población en torno al fuerte. Conoció en persona las costumbres de los aborígenes, la geografía, la fauna y flora de la región de los grandes ríos. Lo que hacen más valiosos sus aportes cartográficos y descriptivos de la región reflejados en su obra magna, el Islario General, escrita es España en su madurez.
De la cuarta y última parte del mismo, dedicada al Nuevo Mundo se destacan tres valiosísimos mapas y la relación referida a la región (manuscrito).

Antes de entrar en el Río de la Plata hay cuatro o cinco isletas las cuales van puestas, levante aponiente, unas en pos de otras, apartadas por una y media legua, que se llaman islas de Rodrigo Alvarez, por las heber descubierto un Piloto que con nosotros llevabamos dicho así; al Austro de estas hay otras dichas de Cristobal Jacques, que era un portugués llamado así que las descubrió veniendo a este río por Capitán de un carabela desde la costa del Brasil, a fama del oro que decía haber en él; junto al cabo de Santa María, ques a la entrada del río, está una isla dicha de los Lobos, por haber en ella muchos lobos marinos; es isla desierta y sin agua; dentro del Río de la Plata hay gran número de islas grandes y pequeñas, todas las más despobladas por ser bajas y cada año cúbrelas en río en las avenidas que trae, aunque en los veranos algunas de éstas se habitan por causa de las sementeras que en ellas tienen los indios, y muchas pesquerías demuy grandes y buenos pescados; son todas de mucha arboleda, aunque loss árboles de poco provecho, porque ni son para el fuego y para chozas que los indios hacen, para otras cosa no son; hay muchas palmas grandes y pequeñas; en algunas de estas islas hay onzasy tigres que pasan del continente a ellas y muchos venados y puercos de agua, aunque no de tan buen sabor como los de España; hay muchos ánades, muchas garzas, que hay islas de tres y cuatro leguas de largo y más de una de ancho que los árboles están llenos de ellas, muchos papagayos que van de pasada; péscase alrededor de ellas muchos y diversos pescados y los mejores que hay en mundo, que creo yo provenir de la bondad del agua que es aventajada a todas las que yo he visto; el más común que se pesca en él, de que hay más cantidad, es uno que llaman quimibataes que son como sábalos en España y más sanos y de mejor sabor. Hay otros piraines que son muchos más grandes, y bogas y rayas y otras a maneras de salmones y otros pequeños de extremedo sabor, los cuales guardan los indios para el invierno sin los salar porque no alcanzan sal, sino abrirlos por medio a la larga y poníndolos al sol hasta que estén secos y cuélganlos en unas casas y después al humo, donde se tornan acurtir más y de esta manera los tienen de un año para otro, y lo mismo hacen de la carne. Tienen mucho maíz, no se dan en las islas ni continente yucas ni ages ni batatas por ser del tierra fría, sino es más de doscientas leguas de la boca del río, que torna a volver en altura la provincia de los Patos, donde se cría todo lo sobredicho. Es este río uno de los mayores y mejores del mundo y según información de los indios viene de muy lejos, aunque por lo que vimos lo podemos afirmar, porque de boca tiene treinta leguas y se va disminuyendo hasta catorce.Entran en este río muchos otros y entre ellos uno muy grande dicho Uruguay, el cual tiebe muchas islas aunque deshabitadas y pequeñas, porque el río principal que los indios llaman Paraná, que quiere decir mar grande, tiene las islas mucho mayores, porque las hay de a tres y cuatro y seis y doce leguas de largo y doy y tres y más de ancho. Algunas tienen nombres de los mayorales e indios que siembran en ellas. Tiene el río Paraná de ancho hasta siete y cinco y tres leguas, y el de Uruguay dos y una y media. Está la boca de este río de la Plata desde treinta e cinco a treinta e siete grados, pero pasadas cien leguas de él torna a volver al norte por más de doscientas, de la cuales nosotros subimos por él más de las ciento y tuvimos legua que había más otras tantas hasta su origen y nacimiento. (Alonso de Santa Cruz. Islas junto a la provincia del Río de la Plata).


CARTOGRAFIA

Realmente valiosas son las cartas (mapas) que componen el Islario General de Alonso de Santa Cruz. Por primera vez se utilizó el papel y se abandonó el pergamino como sorporte para la cartografía universal, dando las bases teóricas para el avance en el diseño y contrucción de las mismas, con una estética muy lograda (verdaderas pinturas), e información completa para la época.

En el siguiente mapa de Améica del Sur, se destacan de norte a sur las Provincias de Nueva Andalucía, Perú, Nueva Toledo, Río la Plata y del Estrecho de Magallanes.
En la Provincia del Río de la Plata, se destaca la representación de la geografía de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay.


Detalle de la Provincia del Río de la Plata, donde se observa la representación del Fuerte Sancti Spiritus (remarcada), donde Alonso de Santa Cruz vivió durante más de dos años, sobreviviendo al ataque que lo destruyó. También la designación de EL GRAN RIO PARANA, con sus innumerable islas.

Alonso de Santa Cruz (junto con Diego de Ribero) fue uno de los primeros que atribuyó a los territorios de España -nuestros territorios por herencia- un minúsculo punto en su mapa de 1541, que representa las irredentas islas Malvinas (islas Sanson). Lo fijó en su “Islario General” al oriente del puerto de San Julián y a la altura del paralelo 51.

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