domingo, 11 de marzo de 2007

JUAN DE DIOS MENA


JUAN DE DIOS MENA
(poeta, pintor, escultor… y gaucho)

Rigurosamente, dicho en nuestro idioma sencillo y expresivo, como nosotros lo entendemos, Juan de Dios Mena no fue huésped de Puerto Gaboto, sino uno de sus hijos gloriosos. Nació en 1897 en algún rancho del poblado. Una de las viejas acepciones de la palabra huésped le dan a éste la calidad de dueño del lugar y por eso a nuestro artista le asiste el derecho de entrar a formar parte de esta peculiar galería. Nosotros diríamos que fue huésped en su propia casa.

Su permanencia en Puerto Gaboto, fugaz y formativa, es suficiente para forjar algunos hechos y recuerdos. Precisamente, al hilvanar estos últimos, Mena nos ahorra la tarea de hacer el relato de su infancia y tiene la virtud de recordarnos la nuestra. En sus “Recuerdos” nos habla sencillamente así:

“Era un rancho de barro, con el techo de paja,
de tijeras muy rústicas y de cumbrera baja”

Descripción precisa de las viviendas que eran objeto de nuestra curiosidad en el barrio indiano cuando chicos (1) y luego más tarde cuando tratamos de arrancar si el secreto de esa arquitectura provenía de las veinte casas de paja que construyó Sebastián Gaboto en el primitivo pueblo de Sancti Spiritus. Lo cierto es que Mena, de recia contextura física y de regular estatura cuando adulto, si hubiese tenido que vivir sus años de plenitud en el rancho paterno, acaso tuviera que hacer una ligera reverencia para trasponer la entrada.

“Había un algarrobo que al patio daba sombra
y que endulza la lengua cada vez que se nombra”

Signo distintivo de una vegetación que aparece en el primer poblado hispano del país, este algarrobo debe haber sido una réplica del árbol donde fue asaeteado Sebastián Hurtado, salido de las páginas de Rui Díaz de Guzmán cuando nos cuenta el sacrificio de Lucía Miranda.

Amargo recuerdo para nosotros: para Mena niño, dulzura de fruto y sombra acogedora en el verano.

Continúa Juan de Dios indicándonos que función cumplió ese rancho:

“Allá empezó la vida, con sus pasitos lerdos

y de allí vienen estos viejos recuerdos,
como brisa cargada de silvestre fragancia
que renueva la añeja frescura de mi infancia.
Allí pase esas horas en que uno se desteta
de patas en el suelo, besando una galleta”

Gráfica expresión que abarca en conjunto a todos los niños gaboteros de aquella época. El pan nuestro de cada día, el pan de gringo, estaba desterrado. El panadero amasaba muy pocos kilos con levadura para una pequeña minoría, el resto, iba todo al horno para el pobrerío de la ranchada transformado en galletas por cuya consistente corteza resbalaban los dientes de leche de los más chicos hasta que, humedecida, conseguían incarse en ella. Así besaba Mena su galleta y también como todos los niños del lugar comenzaba a gatear descalzo para acostumbrarse a andar en pata.

“Creo que de muchacho no fui muy travieso”
nos dice, y como vergonzoso de no haberlo sido deja el verso sin su consonante.

“Me parece que nunca, porque si rompí un nido
lo hice inocentemente, por mirar al polluelo
que en la rama más alta se emborracha de cielo”

Así tenía que ser. A fuerza de estar en contacto con la divina algazara de los pájaros, aprendimos a quererlos (2).

Otro, Juan de Dios, Juan de Dios Peza, el gran poeta mexicano nos había dicho antes, cantando al polluelo:

............................

“No lo mates, no lo hieras,
sé bueno y deja a la fiera
el vil placer de matar”.

Prosigue Mena en sus “Recuerdos”:

“Yo no tuve la suerte del juguete costoso,
pero por falta de eso no fui menos dichoso”

¿Quién tuvo la suerte del juguete costoso en el Puerto Gaboto de principios de siglos? Pocos o ninguno. Nos sentimos identificados con Juan de Dios Mena ante la ausencia de esa dicha de la infancia. Total… para qué habrían de servir los juguetes si los juegos eran otros, simulacros de las grandes distracciones populares como cuando jugábamos a las carreras de caballos con los “pichicos”, al balompié con una vejiga inflada, a las incipientes carreras de autos con un aro o rueda impulsada con un alambre en forma de horquilla y a otras inocentes diversiones en las que el recuerdo de la armónica de boca representaba la más codiciada baratija.
La felicidad estaba en nosotros mismos, y así lo expresa el poeta:

“No protesto ni culpo por mi origen modesto
Si hasta me sobran cosas que generoso presto
y quisiera en mis versos y lo mismo en mi vida
darme como en un cauce de agua limpia y florida…”

Pintor y escultor, pintaba y esculpía en su poesía. Sigue con las pinceladas de su rancho y burilando a punta de cuchillo en la madera blanda de sus sentimientos.

“En una de esas tardes en que se intercombinan
la tristeza del campo con velos de neblina,
andaba sus distancias la soledad feliz
montada sobre el pico de una inquieta perdiz.
Mi abuela, viejecita, como de setenta años
muy cargada de arrugas y muchos desengaños
me contaba pasajes de algún gaucho matrero
que yo escuchaba, atento, sentado en el mortero”.

Había muchos cuentos de gauchos para contar y generalmente ese era el tema preferido de los chicos que en su entorno recogían las imágenes y las palabras de sus mayores, saturadas de ese tipo de literatura oral. Las aventuras de los cuatreros dominados por el Comandante Pérez (3) que no por ser delincuentes no han de haber sido también matreros, corrían de boca en boca, como corrieron más tarde -acaso después que se fue la viejecita “como de setenta años”- las aventuras de Centurión (4).

La mejor silla para escuchar los cuentos, según se advierte, era el grueso mortero de piedra o de madera dura que, con su “mano” estaba siempre en la puerta de los ranchos listo para picar los granos de “abatí”, vieja herencia de los timbúes, que desde antes de los tiempos de Sebastián Gaboto, se venía cultivando en los alrededores.

“Y se quedaba, a veces, unos instantes muda,
como si en los recuerdos tuviese alguna duda,
o con largos suspiros entrecortaba el cuento,
en tanto que al alero lo iba peinando el viento”.

Efectivamente, el alero de muchos ranchos estaba hecho para ser acariciado por la brisa. Su borde, a propósito para que el aire jugueteara en él, dejaba escapar de su entretejido los flecos de un festón de achiras.

“Y ocurrió que el padrino llegó a ver mis abuelos
trayéndome un paquete grande de caramelos.
Habló casi en secreto, pero entendí que dijo
que yo iba a estar con ellos como si fuera un hijo.
- “Y lo que aquí te falta, puede que allí te sobre…
Así expresó mi madre... Y lloraba la pobre.
Después por el camino bordeado de aromitos
yo veía los ranchos cada vez más chiquitos...
Qué crepúsculo triste me esperaba al final
de ese viaje que fuera para mí tan formal”.

Sentirnos la fuerza de un paralelismo al escuchar estos últimos versos del adiós. Un paralelismo con el Gabotero que también se aleja:

“Con los ojos llenos de lágrimas se despidieron los viajeros en silencio y a medida que se iban alejando comenzaron a hacerse cargo de la realidad, hasta que las últimas copas de los árboles y la cruz de la iglesia desaparecieron de la vista” (5)

El desprendimiento infantil de Puerto Gaboto quedó sentado así en sus “Recuerdos” cuyas estrofas parcialmente hemos transcripto.

Sin embargo, aparentemente el poeta trata de evadirse de una triste reminiscencia. No quisiéramos descubrirla porque si él no la aventaba, era con seguridad para que no se supiese; pero, fieles a una realidad, aunque sea amarga, trataremos de decirla suavemente.

De entre unos apuntes que nos han llegado desde Resistencia, sin pie de autoría, entresacamos un párrafo:

“A Juan de Dios Mena lo acompañó desde la adolescencia un facón cabo de plata, orgullo de gauchos. En él había confiado la seguridad de su persona. Con él cruzó montes agrestes y enfrentó infinidad de peligros, teniendo por único testigo la soledad. A su espalda, la selva maravillosa, poblada de acechanzas. Con ese mismo tacón dibujó la sonrisa de su juvenil amor y escribió los primeros versos sobre la tierra árida. Con él talló los primeros grotescos”. (6)
No sería el mismo facón descripto: quizás alguna cuchilla de hoja larga, envainada al costado de su cintura, el arma que lo acompañaba en sus andanzas en Puerto Gaboto, cuando aún muchacho trabajaba en el almacén de Juan Larrategui, garabateando libros, libretas de fiado y papeles, y mezclándose en el quehacer de venta de la mercadería,
En aquel tiempo era necesaria la precaución de andar armado, en especial para quien tenía la virtud de ser “galante con las mujeres y mordaz con los hombres” o para quien, según uno de sus biógrafos, lo imaginaba “robando chinas en los ranchos, seduciéndolas con una copla” (7).
Mozo chacotón y alegre, había hecho culto del “visteo” con el propósito de ponerse a tono con uno de los juegos preferidos de la muchachada del pueblo. Su ejercicio perfeccionaba los reflejos naturales, daba elasticidad a las piernas y a los músculos, aguzaba la vista, ponía en juego las intenciones frente a los amagos y a los amagos frente a las intenciones y sometía a prueba la caballerosidad en el juego y la capacidad de no "calentarse" cuando sonaban las cachetadas.

La práctica generalmente era a mano limpia; pero para Mena y otros muchachos el adiestrarse así tenía poca gracia y preferían "vistear" con el cuchillo en la mano. Era una esgrima peligrosa, capaz de resultar sangrienta al mínimo descuido. Sin embargo, los contendores sabían atacar y defenderse de manera tal que siempre resultaban indemnes.

Nuestras madres, temerosas de que a sus hijos les ocurriese algo si pasaban del “visteo” inerme al armado, solían darnos consejos para desalentarnos.

- No te metas en esas prácticas, hijo- solían decir. La mayoría de las veces terminan mal pues "juego de manos, juego de villanos"; dicho español que no se avenía a la realidad gabotera, cuyo sentido ofensivo, solíamos corregir diciendo.

- No madre; juego de manos, juego de paisanos.

Y ocurrió lo previsto. Un día Juan de Dios, socarrón, alegre, seguro de sí mismo, inició el enésimo juego en un almacén de la localidad, con tal mala suerte que el cuchillo de su adversario, que no era la faca de un rival sino el instrumento de un amigo, lo hirió de gravedad en el cuerpo, sin quererlo, pues el encuentro había sido deportivo, sin ánimo alguno de reyerta.

Confuso episodio, cuya versión hecha circular primero por los testigos y luego por los que conocen la historia, la caratulan como un “accidente". La relación dice que Juan de Dios había ido un día al almacén de don Bautista Labat donde se desempeñaba como dependiente su amigo Gabriel. Empezó la chacota y Gabriel armado de un agudo y filoso cuchillo empezó a perseguir a su amigo dentro del lugar de trabajo. Mena tropezó y cayó de bruces detrás de una mesa. Desde el otro lado del mueble, con el cuchillo apuntando al lugar donde el perseguido había caído, sin verlo, Gabriel esperaba el momento en que Mena se incorporara para hacerle sentir acorralado; pero Mena, confiado, sin medir el peligro y las circunstancias, se levantó de súbito para proseguir su papel en este juego del gato y el ratón, con tal mala fortuna que el cuchillo le hirió entre las costillas, mientras Gabriel, no advertido, no pudo hacer nada para evitarlo y sufrió una aguda crisis de desesperación.

Más parece que esta escena fue creada “ex profeso" para la justicia de instrucción y la crónica policial con el fin de eludir responsabilidades y no demostrar que a uno de los contrincantes se le fue la mano.

Para su curación, con la lentitud y la incertidumbre de un viaje en tren, Juan de Dios Mena fue llevado a Rosario, y desde aquella fecha nuestro personaje se alejó de Puerto Gaboto "por el camino bordeado de aromitos”, no por el hecho de haber herido en su carne sino porque su amor propio de sintió herido.

Diríamos que el hecho conmovió sus sentidos y huyó buscando, una revancha en otras cosas más difíciles y así lo vemos trabajando como “escuadrón” en la ciudad de Rosario, mezclado entre gauchos correntinos y cuchilleros conchabados como milicos en la policía montada rosarina. En extraordinario cambio lo hallamos luego en la Capital Federal haciendo versos en la revista “Nativa" y cobrando cuentas a domicilio. Versátil, pasó rápidamente de la charrasca a la pluma. Pero el aire contaminado de las ciudades le asfixiaba, acostumbrado a la brisa cristalina del Coronda, y se aleja hacia el campo, rumbo al norte santafesino y luego a Colonia Baranda; provincia del Chaco. Su última escala es Resistencia, donde se planta como "capataz" en el "Fogón de los Arrieros" y bolichero en los bares conocidos como "Florida" y "América".

Había sido poeta y siguió siéndolo. Quería hacer trascender su sentimiento y sus imágenes; pero los versos son para quienes los leen y los interpretan. Muchos paisanos quedan afuera de este goce artístico.

Por eso, Mena, al decir “quisiera en mis versos y lo mismo en mi vida/ darme como en un cauce de agua limpia y florida", pensaba que su mano, su talento y su cuchillo podía traducir la dimensión de sus figuras para que todos las entendiesen, letrados y analfabetos, dando formas a los trozos de madera blanda que encontraba en abundancia en los bosques chaqueños.

¿De dónde recibió las lecciones de talla y de escultura? De ninguna parte. Observador cuidadoso de los tipos argentinos, ya sean ciudadanos, puebleros o campesinos, quedaron en él los trazos principales di esos personajes y, sencillamente, mediante el don empírico que le concedió la naturaleza, trasladó sus imágenes a la pulpa inanimada de un tronco para darles vida, gracia y significado.

Nada se le escapó de los usos y costumbres del campo: indios, criollos y gauchos desfilan en sus trabajos. Si hubiesen sido normales nadie hubiese reparado en ellos; pero, a propósito, los rostros, los cuerpos, los animales, sufren una deformación de quién sabe qué extrañas perspectivas o puntos de enfoque que el hombre simple califica de humor. No es ése el sentido que imaginó Mena, sino otro más sutil y agresivo, cargado de sabiduría, alegoría y tristeza.

Todas sus esculturas poseen un sello particular que no es nuestra misión advertir en detalle, pues ya lo ha hecho magistralmente Fernando M. Varela, uno de sus críticos (8).

Los grotescos resumen la realidad y no se crea que son para risa sino para pensar. Quien no quiera encontrar otra cosa en esos modelos, que no sea una vis cómica, disfruta del humorismo, y eso es decir bastante, pues Mena ha conseguido en ese caso arrancar del espectador una saludable reacción anímica y logrado que se consubstancie con su espíritu malicioso y chacotón. Superficialmente ha atraído a un amigo y si éste carece de profundidad para el análisis, eso ya no es culpa suya. En su fuero íntimo Mena sabe que "los muñecos viven el drama de los hombres" (9).

Ese mismo drama quiso el artista llevarlo a sus pinturas, pero el arte tridimensional fue más fuerte y le hizo relegar el pincel, que cultivó amoroso, sin mayores consecuencias.

A pesar del escaso tercer grado escolar de Puerto Gaboto (en la escuela fiscal no había más grados) no necesitó de otra instrucción para discernir sobre las costumbres de su pueblo que dieron nacimiento al carácter de su tendencia creativa, y usó del mismo medio indirecto que aprendió desde chico entre su gente, para corregirlas: el burlón, el apodo, la copla, el "por ejemplo", el chascarrillo. Tal vez no quiso enmendar las costumbres riendo (castigat ridendo mores) más bien pretendió ponerlas de manifiesto para hacer ver de que existían.

En 1954, Juan Mena, que era de Dios por su nombre, le entregó su alma en la ciudad de Rosario de Santa Fe donde fue traído, sacado de apuros del rescoldo familiar del “Fogón de los Arrieros”, en cuyo “taller” quedaron algunas muestras de un humor negro que también cultivó este hombre triste que ironizaba a la muerte sin tenerle miedo.
Sus amigos, los fogoneros de Resistencia, provincia del Chaco, lloraron con lágrimas de gauchos su desaparición (10). En los fogones más antiguos de Puerto Gaboto prendieron velas y contaron casos; pero nada de crespones y sí "un churrasco y que corra la ginebra y el mate amargo (11) como testamentó el difunto.


NOTAS

(1) Soler, Amadeo P.: “Puerto Gaboto”. Rosario, 1980, pág. 126.
(2) Ibidem, pág. 147
(3) Soler, Amadeo P.: “Los 823 días del Fuerte Sancti Spiritus". Rosario, 1981, pág. 63.
(4) Soler, Amadeo P.: “Puerto Gaboto”. Rosario, 1980, pág. 84.
(5) Ibidem, pág. 206.
(6) “Juan de Dios Mena. Poeta, pintor y escultor”. Hojas de difusión del “Fogón de los Arrieros”. Resistencia.
(7) Torres Varela, Hilda: En “El Fogón de los Arrieros” Resistencia (Chaco). Año 11, Nº 16. Abril, 1954. “Fragmento para un Inventario Sentimental”.
(8) Varela, Fernando M.; “El Humor en la escultura de Juan de Dios Mena” - Cuadernos de Literatura Nº 1, Edición Instituto de Letras, Universidad Nacional de Nordeste, 1982.
(9) Ibidem.
(10) “El Fogón de los Arrieros” - Resistencia, Chaco Nº. 16, abril de 1954.
(11) Ibidem. Editorial.


AMADEO P. SOLER
Los Gloriosos Huéspedes de Puerto Gaboto



Amadeo P. Soler, en su libro "Los gloriosos huéspedes de Puerto Gaboto", incluye entre los huéspedes ilustres de la época del descubrimiento y la conquista a Núñez de Balboa, Pedro de Mendoza, Martínez de Irala y entre los hijos “gloriosos” a Juan de Dios Mena. El autor aporta datos sobre la infancia de Mena (poeta, pintor, escultor… y gaucho), glosando una hermosa poesía titulada “Recuerdos” y rememora con ternura el desprendimiento del poeta del antiguo pueblo, cuando era “un mozo chacotón y alegre” que trabajaba en el almacén de Juan Larretegui, un vecino que se nos pierde en las sombras de ese tiempo como la misma infancia de Mena. Esa poesía, publicada en el Boletín de El Fogón de los Arrieros en abril de 1954, en homenaje al artista fallecido en esa fecha, aporta datos transfigurados por el verso:

Era un rancho de barro, con el techo de paja,
de tijeras muy rústicas y de cumbrera baja.
Había un algarrobo que al patio daba sombra...

ALFREDO VEIRAVE, Juan de Dios Mena, Ediciones Paralelo 32, 1983.







Juan de Dios Mena (Puerto Gaboto, Argentina,1897-Rosario, Argentina,1954)

Escultor y poeta autodidacta que adoptó el Chaco como residencia, donde desarrolló su obra escultórica y poética. Participó activamente del incipiente grupo de intelectuales y artistas de la sociedad chaqueña entre las décadas de 1930 y 1950 y constituyó el germen de El Fogón de los Arrieros, convirtiéndose en el "Capataz" de esta mítica institución de trascendencia internacional.
Creó una galería de tipos humanos del mundo rural y de pequeños poblados del interior argentino, que fueron expuestos en Capital Federal y en distintas ciudades del interior del país a lo largo de sus veinte años de producción, para luego de su muerte recorrer las principales capitales de Europa y Nueva York.
Por causa de una enfermedad, Mena murió en 1954 en la ciudad de Rosario, habiendo dejado una notable obra de poesía nativista y una producción escultórica cercana a las 500 tallas de madera, especialmente de curupí. Su galería de tipos humanos, supera lo anecdótico y circunstancial, para convertirse en una visión de mundo y en un ejemplo de maestría técnica conjugado con una concepción escultórica que hace caso omiso a la cuestión de escala. La originalidad de su obra lo consagra como una de las figuras artísticas más singulares del arte del interior argentino.

Malba - Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires
www.malba.org.ar

LA ENTRADA DE DIEGO DE ROJAS Y FRANCISCO DE MENDOZA

LA EXTRAORDINARIA VISITA DE FRANCISCO DE MENDOZA.


Tendría que haber llegado DIEGO DE ROJAS, el principal hombre de la Entrada; pero vino en reemplazo su lugarteniente FRANCISCO DE MENDOZA. ROJAS se quedó en Salavina, muerto por la flecha envenenada del indio, sepulto en la tierra pedregosa del Estero.

Con la presencia de este controvertido MENDOZA podemos escribir una de las páginas más gloriosas de Puerto Gaboto. Es la primera vez que el español llega desde el Mar del Sur hasta las puertas del Mar del Norte y es también la primera vez que el Conquistador escucha las palabras de su idioma, de boca de un indio santafesino.

Son dos grandes referencias. Pero nuestra historia local es origen de hechos extraordinarios con cuya mención bastaría para hacer perenne la vivencia de un poblado que en este caso ya venía de antemano con glorias inmarcesibles.

Tendríamos que hacer un resumen de la situación de Puerto Gaboto desde después del abandono de Buena Esperanza. Situación india y mestiza. No aparecen españoles natos en escena. Los que se integraron a las tribus en un principio se fueron desmenuzando en busca de los centros raciales como Asunción y en el Rincón de Gaboto quedó una elite mestiza ejerciendo el cacicazgo. Así tendría que ser. Aquel FRANCISCO DE MENDOZA, indio, de que nos habla RUI DIAZ DE GUZMAN, venido de la Asunción y ahijado del FRANCISCO DE MENDOZA asunceflo no era el único ilustrado en lengua castellana. También Corundá, cacique regional, hablaba y entendía correctamente un aljamiado español.

Se colige que si usaban de ese vehículo para expresarse, lo usarían también con su familia y con los españoles que vendrían de Asunción para hacer sus transacciones. El idioma estaba pues institucionalizado y su expansión entre el elemento propiamente nativo resultaría una suerte de necesidad de intercomunicación que asimilarían en forma práctica como se difunde el habla natural de un pueblo.

Podríamos hacernos de paso esta pregunta: ¿El indio FRANCISCO DE MENDOZA y el cacique CORUNDA eran la misma persona?

Esta extraordinaria visita del conquistador bajado del Perú capitán FRANCISCO DE MENDOZA ha sido comentada en términos generales por varios autores, tales como PEDRO GUTIERREZ DE SANTA CLARA, DIEGO FERNANDEZ, ROBERTO LEVILLIER, ANTONIO DE HERRERA, PEDRO LOZANO, PEDRO CIEZA DE LEON y otros; pero la información detallada la encontramos en la excelente obra de TERESA PIOSSEK PREBISCH, titulada "Los Hombres de la Entrada". De ella extraemos algunos diálogos (2).

Primeramente vamos a historiar lo ocurrido en Puerto Gaboto en 1546 con esta gente. Luego seguiremos con algunos comentarios.

FRANCISCO DE MENDOZA venía con su escuadrón siguiendo al río Amazonas, que así llamaban en aquel tiempo al Río III - Carcarañá. Al llegar a la altura de Sancti Spiritus lo hacían por la margen sur. Quienes conocen el terreno saben que desde que el Carcarañá abandona su caprichoso curso sur-norte y dobla decididamente hacia su desembocadura al Este, la llanura es descendente. Al llegar al punto en que ésta comienza, los conquistadores divisaron un inmenso piélago como si estuvieran en una colina.

Decimos inmenso piélago pues en aquel momento, según las expresiones de "poderoso río" con "siete y aún ocho leguas de ancho", el Coronda y el Paraná, por uno de esos fenómenos cíclicos de las crecidas se convertían en uno, cuyas aguas cubrían todo el delta entre las barrancas del Coronda en Puerto Gaboto hasta las barrancas Este del Paraná en la actual provincia de Entre Ríos. Todas las islas eran cubiertas por la inundación y según la expresión de uno de los conquistadores eran "doce leguas" u "ocho leguas (divididas) en cinco brazos". Se advierte en este dicho la existencia de algunas lonjas de tierras altas que quedaban sin cubrir y que simulaban brazos de la corriente principal.

La historiadora PIOSSEK PREBISCH redacta en su libro una atinada nota, justificando el ancho adjudicado y nosotros, más cerca del teatro de los acontecimientos, describirnos una de estas crecientes extraordinarias en uno de nuestros trabajos (3). Con esto apoyamos la visión de FRANCISCO DE MENDOZA y los suyos por haberla compartido personalmente, aunque algunos siglos después.

De ahí también la confusión de algunos historiadores quienes, en lugar de mencionar el Paraná, dicen que FRANCISCO DE MENDOZA tocó el Río de la Plata al imaginar que aquella enorme extensión de agua era el Río de Solis.

Los miembros de la expedición, inclusive su Jefe eran acuciados por la pregunta: "¿era ése el Río de la Plata que vertía sus aguas en el Mar del Norte?".

Tendrían que averiguarlo; pero ellos estaban en la costa derecha del Carcarañá y "la población estaba de la otra parte del río", enfrente, en la margen izquierda donde se advertían las ruinas del fuerte Sancti Spiritus.

Los indios, tripulando canoas se paseaban por el río donde pescaban y las palabras de los conquistadores a ellos dirigidas no encontraban respuesta pese a haber sido pronunciadas en algunos de los dialectos o idiomas indígenas posibles.

Con gran sorpresa uno de los naturales "que era ladino" se acercó a la costa y se entabló el diálogo prometido renglones antes:

- " Ah, compañero! " - gritó el indio.

-"¿Qué queréis hermano?" - respondió un soldado asombrado.

-"Zahóndate las migas por tu agujero! " -replicó el indio en son de pulla y enseguida, acercandose en otra canoa terció Corundá, señor principal de la costa, preguntando en castellano mal aljamiado.

-"¿Quién es el Capitán de los cristianos?"

-"¿Qué quieres hermano?, que yo soy" - dijo FRANCISCO DE MENDOZA.

-"Muy mozo eres para ser capitán; mucho mejor lo fuera ese viejo que está a par de vos" -expresó Corundá, refiriéndose a JUAN GARCIA DE ALMADEN.

Ante la muestra de disgusto de MENDOZA, el Cacique se dirigió a todos.

-"¿Adónde váis ladrones, desuella las caras, Cimarrones todos y cristianos malos que andar por aquí robando toda esta tierra? ¿No tenéis miedo de Dios? Los otros cristianos por acá sentar son buenos y más mejores; vosotros no porque estar mucho bellacos y matadores".

Con estas palabras, Corundá afirma la creencia nuestra sobre el establecimiento de españoles desprendidos de la armada de PEDRO DE MENDOZA en la región, asentados en las tribus, como así también la presencia de cristianos merodeadores pocos recomendables.

Siguiendo con su discurso el Gran Señor indígena continuó:

-"Los otros decir a nosotros; daca pescado, hermano; toma tijeras, aguja, hilo y seda. Daca maíz, mijo; toma bonete, paño y chaquira. Y nosotros como bellacos decir: daca, daca, comida. Daca indios, indias, maíz. Daca todo; toma lanzada, cuchillada y toma pelota con arcabuz. Andá, andá bellacos, ¡todos ladrones! ¡Mirá: no sentar más aquí y, si sentar, luego morir todos! ¡Yo matar con flecha, con indios míos¡".

Con estas palabras, aprobadas por la gritería y burlas de los suyos CORUNDA los echó del lugar y se negó a "darles guía ni cosa alguna".

La versión dice que los españoles simularon alejarse; pero quedaron escondidos en el lugar el soldado SOTELO y dos jinetes con sus cabalgaduras. Fingió SOTELO que se moría de hambre y empezó a dar gritos. El indio ladino e intérprete saltó a tierra con otros y en un descuido SOTELO se asió fuertemente de él mientras aparecían los jinetes y los indios acompañantes volvían a sus canoas.

El ladino atrapado fue obligado físicamente a contestar y confesó "que estaban casi enfrente de la fortaleza que años atrás había construido el Capitán SEBASTIAN GABOTO" y que sobre la costa del otro río grande había una próspera ciudad cristiana (Asunción). Dijo además que "días atrás (1541) otro Jefe español (IRALA) había dejado metida en una calabaza hueca una carta.

CORUNDA reclamaba dejaran en libertad al prisionero y los españoles pidieron alimentos contra su entrega. Los indios trajeron "gran cantidad de pescado, ollas de manteca y una carga de maíz"; pero los cristianos no entregaron al rehén: querían también la carta. Finalmente la trajeron en su envase de calabaza y pese a la promesa tampoco lo liberaron. Querían que les dijeren a qué distancia estaba la ciudad (Asunción). El ladino les decía "que río arriba hallarían gente castellana; pero que no podrían subir con bergantines".

Enojado, rebelde y nervioso FRANCISCO DE MENDOZA quiso hacer un intento. Desandó el camino de la costa del Carcarañá unas treinta cuadras y por un preciso paso del río allí existente pasó a la otra orilla. A pesar de que el cacique había prometido matarlos dejó tranquilos a los españoles. Estos recorrieron la margen izquierda del Carcarañá, llegaron al fuerte destruido de Gaboto y de ahí, costeando el río Coronda que con la creciente formaba uno con su madre el Paraná, se dirigieron al Norte. Las lluvias habían inundado los campos y la creciente que en algunos tramos rebasaron las barrancas, convirtió a aquel camino en un penoso derrotero, que obligó a los jinetes, después de siete días de marchas no progresivas a regresar al Fuerte y de ahí volver a las fuentes del Carcarañá.

Dejaron el lugar de los timbúes sabedores de que habían llegado al fuerte Sancti Spiritus, de que allí había prendido la lengua castellana, de que había una vía navegable para llegar a la Asunción y que el gran río que habían visitado no era precisamente el de SOLIS sino un acceso que, consecuentemente, con palabras de GABOTO, le decían el río de la Plata.

Quedó el sabor de la nueva conquista desde el Perú y al pie de la cruz dejada por el Veneciano para guía de los navegantes, el hoyo abierto para desenterrar el mensaje de IRALA. Lo hubo efectivamente: PAUL GROUSSAC lo negó, como también negó a LUCIA MIRANDA; pero ENRIQUE DE GANDIA demostró que existió la carta de IRALA de acuerdo con DIEGO GARCIA DE PALENCIA en su "Historia del Perú", con PEDRO DE LAGASCA y con CALVETE de ESTRELLA.

Veamos la versión negada de RUI DIAZ DE GUZMAN; la tenemos vista desde hace mucho tiempo.

Según el historiador mestizo paraguayo, FRANCISCO DE MENDOZA y los suyos bajaron por el Carcarañá hasta llegar a la tierra de los Timbúes. Antes de llegar divisaron "grandes y extendidos vapores en el aire" que según los indios procedían de un gran río y "caminando por un apacible llano, de más distancia de una legua divisó las cristalinas aguas de aquel río, a cuya playa llegó con grande admiración de todos en ver la hermosura del ancho río, de tan dulces como diáfanas aguas, muchas islas pobladas de muy espesos sauces, sus márgenes de vistosas y varias arboledas, entre las que vieron muchos humos de los fuegos con que los naturales se avisaban de lo que se les ofrecía".

Coincide DIAZ DE GUZMAN que vinieron por la mano derecha del Carcarañá. Al día siguiente llegaron los indios en canoa y se entabló el sorprendente diálogo.

-"¿Qué gente sois? ¿Sois amigos o enemigos? ¿Qué queréis o qué buscáis? -preguntó un indio en castellano ante el asombro general.

-"Amigos somos y venimos en paz y amistad a esta tierra desde el Reino del Perú con deseos de saber de los españoles que acá están" -respondió MENDOZA.

-"¿Quién era y cómo se llamaba?" -inquirió el indio.

-"Soy jefe de esta gente que aquí traigo y me llamo FRANCISCO DE MENDOZA".

-"Yo me alegro señor Capitán de que seamos de un nombre y apellido; yo también me llamo FRANCISCO DE MENDOZA, nombre que heredé de un caballero así llamado que fue mi padrino en el bautismo; y así señor, mirad en qué queréis que os sirva, que lo haré con muy buena voluntad".

Siguieron Capitán e indio con el diálogo y, entrados en confianza los indígenas, el cacique descendió a tierra, prevío a que fuesen a su canoa cuatro españoles en calidad de rehenes por si algo le pasase al jefe indio.

No obstante el juramento que hicieron los españoles, al bajar el cacique éste fue tomado de los cabellos por el Capitán mientras los soldados que estaban en la canoa indígena descendieron a tierra y mataron e hirieron algunos indios que se le pusieron por delante.

El cacique, viendo aquella deplorable acción dijo:

-Capitán MENDOZA: Como me habéis engañado y quebrantado vuestra palabra y el juramento que habéis hecho, pues matadme ya, o haced de mí lo que quisiéredes.

Explicó el Capitán que esa acción se había hecho por desconfianza y después de haber consolado al cacique con buenas palabras llegaron a un acuerdo y con intercambio de regalos y alimentos recibió MENDOZA la información que quería acerca de AYOLAS e IRALA.

Dice la versión que luego de esa entrevista los indios volvieron a sus aduares y los españoles se fueron "costeando río abajo hasta un sitio alto, llano que está sobre la ribera de este río (Carcarañá) en cuya cumbre vio hasta situada una fortaleza antigua, que era la misma que fabricó SEBASTIAN GABOTO en aquel puerto para escala de esta navegación. Sobre las barrancas del río vieron plantada una cruz, en que estaban unas letras que decían: "Al pie cartas". Y cavando hallaron una botijuela en que estaba una carta muy larga del General DOMINGO DE IRAL A, avisando a la gente de España de cuanto se ofrecía".

En esta parte de su crónica RUI DIAZ DE GUZMAN incurre en un error geográfico pues para llegar al Fuerte dice que se fueron "costeando río abajo" cosa que no podrían haberlo hecho estando frente al Paraná-Coronda. Sí estaban en la boca del Carcarañá cerca de la cual se erigía Sancti Spiritus este río se oponía al pasaje "a la otra parte del río" y debía buscarse en paso preciso, para lo cual debían ir costeando "río arriba" más o menos una legua para tomar la otra margen, llegar al Fuerte y de ahí costear el Coronda para continuar el viaje hacia Asunción.

RUI DIAZ DE GUZMAN corta su relato a esta altura y no comenta el intento de FRANCISCO DE MENDOZA de encaminarse a la Asunción como en la versión anterior.

Este episodio de FRANCISCO DE MENDOZA por lo desconcertante e increíble no ha sido tratado en su valor intrínseco por los especialistas. Si hubiera ocurrido en Buenos Aires o en Santa Fe habría dado lugar a largas crónicas y a profusas presentaciones. Pero ocurrió en Puerto Gaboto y ¿quién se acuerda de lo allí ocurrido? Sólo los que conocen el paraje pueden gustar de ese recuerdo. Ahí tenemos a un amigo del poblado escribiendo en "Todo es Historia" un artículo titulado "La increíble historía de Sancti Spiritus". Se tratade HUGO L. SYLVESTER, abogado portefío, hijo de un Inspector de Escuela santafesino que recorrió las humildes escuelitas del departamento San Jerónimo (4).

Este hombre sensible y amante de una tradición insuperable se emociona al escribir "la increíble historia", "el extraordinario episodio y el extraordinario discurso" refiriéndose a los diálogos y no se cansa de señalar al legendario FRANCISCO CESAR, "al nacimiento de la fantástica leyenda de la ciudad encantada de los Césares", "las misteriosas novedades" de la expedición de DIEGO DE ROJAS y otras secuencias imperceptibles para el lector simple y no avisado.

SYLVESTER dice que eran 500 los compañeros de FRANCISCO DE MENDOZA; ENRIQUE DE GANDIA, dice que eran 200. Muchos o pocos no interesa. Interesa que hayan estado en la boca del Carcarañá, contemplando el paisaje paradisíaco y luego de llenar sus retinas del panorama asombroso hayan podido decir: "ver la junta de los ríos de aguas cambiantes, de vegetación colorida y rumorosa, las tonalidades del cielo, el espectáculo plástico de las islas, el volar ágil o cadencioso de los pájaros; ver todo eso y después morir..."

"Y después morir...", parafraseando a expresiones conocidas sobre algún paisaje italiano, como le ocurrió a quienes murieron en el regreso, entre ellos a PEDRO MORENO muerto en duelo por su compafiero GARCIA DE LA CUEVA quien pagó a su vez la acción de victimario y al mismo FRANCISCO DE MENDOZA cuyo regreso al Perú se vio truncado por un puñal asesino.

Pido a los gaboteros recuerden estos nombres de quienes fueron sus ilustres huéspedes y agreguen los del soldado PEDRO GONZALEZ DEL PRADO, del engañoso soldado SOTELO que apresó al indio ladino en turbía estratagema; a SAAVEDRA, cuyo nombre se perdió entre las barrancas del Carcarañá; a FELIPE GUTIERREZ, apresado y desterrado por su jefe el capitán MENDOZA; a CANTOS DE ANDRADA, a ANTON GRIEGO, al clérigo comendador padre GALAN y a los otros silenciosos jinetes, 50 ó 200, que vivieron la aventura y la tragedia.

FRANCISCO DE MENDOZA, y los suyos vivió las peripecias en Puerto Gaboto durante un mes. Había llegado el 25 de mayo de 1546.

La gente de Asunción seguramente tuvo conocimiento de esa entrada peruana al Río de la Plata; pero no se inquietó. Ya se encargarían los propios acompañantes de FRANCISCO DE MENDOZA de hacerla conocer, entre ellos don ALONSO RIQUELME DE GUZMAN.

Dos años después, en 1548, tenemos noticia de una expedición organizada desde Asunción por DIEGO DE ABREU al Río de la Plata en un bergantín a cargo de DIEGO DE RIBERA llevando como acompañante a FRANCISCO DE VERGARA y al citado RIQUELME.

¿Quién fue ALONSO RIQUELME DE GUZMAN? Este conquistador, fue padre de RUI DIAZ DE GUZMAN, el autor de "La Argentina", quien, como sabemos, tuvo como madre a una hija de DOMINGO DE IRALA y a quien le debemos en su obra algunos párrafos recordatorios del Fuerte de Gaboto, como él le dio en llamar en su obra. Pero lo más interesante del caso es que RIQUELME, estando en el Perú, fue acompañante de FRANCISCO DE MENDOZA en la Gran Entrada, acompañándolo en su expedición "en demanda de las provincias de "Yungulo" de que dio noticias CESAR"(5). En el relato que hemos hecho de la expedición de MENDOZA hasta el Paraná no lo hemos mencionado; pero acaso haya podido estar en Puerto Gaboto si no fue de los que se quedaron con HEREDIA.

De cualquier modo, este acompañante del bergantín de DIEGO DE RIBERA, debió haber pasado frente a las ruinas de Sancti Spiritus haciendo conocer a sus compañeros algunas implicancias o haberse detenido en ellas. Por otra parte, el lazo de parentesco que tenía con el historiador mestizo, su hijo, habrá permitido a éste recoger algunas experiencias familiares.

Ya sea de ida o de vuelta al Río de la Plata el acercamiento a nuestro puerto habrá sido posible, en especial al regreso.

Amadeo P. Soler
Historia de Puerto Gaboto. Siglo XVI


NOTAS:

(1) GANDIA, ENRIQUE DE. "Historia de Alonso de Cabrera", Buenos Aires, 1936, página 171.

(2) PIOSSEK DE PREBISCH, TERESA. "Los Hombres de la Entrada”, San Miguel de Tucumán, 1986, página 201 y siguientes.

(3) SOLER, AMADEO P. "Puerto Gaboto. La Historia Argentina comienza en 1527', Rosario, 1980, página 134.

(4) SYLVESTER, HUGO L. "La increíble Historia de Sancti Spiritus en "Todo es Historia", Nº 104 de enero de 1976.

(5) SIERRA, VICENTE D. "Historia de la Argentina 1492 - l600", Buenos Aires, 1964, página 189.

MONUMENTO REPRESENTATIVO DEL FUERTE SANCTI SPIRITUS VIDEO

LA PRIMERA SIEMBRA DE TRIGO EN EL RIO DE LA PLATA



Sebastián Gaboto dio la orden de desmontar una porción de tierra para dedicarla a la siembra de las semillas europeas que él había traído. El desmonte ya había comenzado con la tala de grandes árboles que se habían utilizado para el muro y construcción del fuerte y que se amontonaban para hacer la empalizada de la ciudad en gestación. La idea de colonizar se incubaba en Gaboto desde su embarque en España y si bien ya había un punto de partida para la iniciación de una colonia maicera, dada las posibilidades naturales de este cereal autóctono, quiso ensayar con el trigo que había traído cuidadosamente en sus bodegas y había preservado a toda costa durante las penurias que tuvieron que pasar sus barcos en las costas del Brasil. Amante del orden y de la disciplina Gaboto escogió a uno de sus hombres para encargarle esta tarea. Se llamaba Sebastián de Reyna y fue nuestro primer agricultor.
El Capitán General le entregó cincuenta granos de semillas de trigo que Reyna plantó celosamente y al cabo de tres meses las mieses doradas dieron como fruto muchos granos más, lo que demostró que la tierra era ubérrima, "muy sana y de muchos frutos", como decía el corresponsal Luis Ramírez en una carta fechada el 10 de Julio de 1528 dirigida a su padre en España y en la que se hacía una reflexión de que lo que estaba contando "parecía cosa misteriosa".
Ya cumplida la experiencia, Gaboto no trepidó en utilizar la tierra desmontada para preparar las cosechas. Sebastián de Reyna ayudado por las mujeres fue quien tuvo a su cargo la siembra. Gaboto mismo entregaba las semillas diariamente con particular avaricia y con muchas recomendaciones para que ninguna se perdiese y fuese pasto de los pájaros. Reyna sabia su obligación y por eso defendía el sembrado día y noche, combatiendo los yuyales, las vizcachas y otros bichos dañinos para la agricultura y sobre todo espantando a los pájaros que se lanzaban sobre la tierra removida o sobre las rubias espigas.
Tanta era su preocupación que sus compañeros le apodaron "espantapájaros". Sebastián de Reyna sabía que la riqueza no estaba tanto en lo que Gaboto buscaba, sino que el tesoro más preciado se escondía en cada surco que abría a fuerza de cuchillo. Los conquistadores habían lanzado sus naos en pos de la quimera del oro y de la plata, sin darse cuenta que en el vientre de esa tierra pampa estaban los yacimientos más pródigos.
El veneciano había contado las jornadas para llegar al mar y en sus planes estaba desplazarse hacia el norte y fundar nuevas poblaciones. Sancti Spiritus podría ser el centro de aprovisionamiento, una especie de capital del adelantamiento, para irradiar desde allí todos los embarques de víveres que pudieran producir las feraces tierras cultivadas, dada su proximidad con el gran océano.
Terminó de leer el Gabotero y quedó como siempre con sus pensamientos.
Le había picado la curiosidad aquella experiencia de los cincuenta granos de que habla Ramírez y que fácilmente cabían en su mano de niño.
Tan nimio era aquello frente a la grandiosidad de la epopeya y tan colosal veía la talla de Sebastián Gaboto que le parecía inconcebible que el gran navegante se entretuviese en contar cincuenta granos de trigo. No advertía que en los grandes acontecimientos trascienden las cosas pequeñas, pero a la vez reconocía que como fuente documental el Lugareño había estado muy feliz al citarla.
Por un azar de las cosas, en la colonia de Gaboto se sembraba poco trigo en ese momento (década de 1920), y el Gabotero, de acuerdo a la impresión que le produjo lo leído, se hizo la imagen de que los aledaños debían ser un mar ondulante de mieses. Tuvo presente de pronto a un amigo suyo, un joven empleado calificado en el embarcadero de Dreyfus, que todos conocían como Jacintito y a quien podía preguntarle algo sobre el particular. Al día siguiente lo esperó en la puerta del Correo, donde su amigo venía a despachar cotidianamente la correspondencia, muestras de cereales y telegramas. Apenas se desocupó de sus despachos y mensajes, el Gabotero lo abordó y le hizo la pregunta: —Dime Jacintito, por qué siendo aquí donde se sembró y cosechó por primera vez trigo en el país hay muy pocos campos sembrados con ese cereal?
Jacintito quedó sorprendido con la demanda. Estaba desde niño trabajando en el puerto donde había ingresado como cadete y no obstante su experiencia en la exportación de granos, especialmente de trigo y de maíz, a nadie se le había ocurrido hacerle semejante pregunta, pero con el propósito de satisfacer la inquietud infantil del Gabotero, trató de darle una explicación.
—En el tiempo en que desembarcó Sebastián Gaboto ya los indios timbúes tenían su cultivo propio que era el maíz. Era uno de sus principales alimentos vegetales que ellos sabían preparar de distinta manera, pisándolo en los morteros o reduciéndolo a harina por el mismo medio. Cuando los españoles introdujeron el trigo en la zona, lo hicieron en una escala menor que los cultivos indígenas y desgraciadamente tuvieron que abandonar la región después de muy pocas cosechas. Los indios eran muy tradicionalistas y si bien los conquistadores les enseñaron a algunos de ellos a preparar el pan, aquella industria no prosperó y los cultivos dejados se fueron perdiendo poco a poco.
Han pasado varios siglos desde aquel acontecimiento y los aborígenes siguieron a través del tiempo con su cultivo tradicional, que a decir verdad, era muy favorecido por el clima. El trigo se comenzó a cultivar de nuevo a fines del siglo pasado, pero como nuestro territorio es tan grande se encontraron otras regiones cuyo suelo y clima son más favorables para su desarrollo y rinde. Por eso aquí prevalece el cultivo del maíz que se adapta mejor a las condiciones del suelo y de la atmósfera y que por otra parte, así corresponde que sea, por prioridad y para conservar la tradición indígena. Aquí todos somos de origen nativo y criollo, por eso dejamos que algunos gringos cultiven las doradas mieses que a la vez nos recuerdan a Sebastián de Reyna y a las mujeres del fuerte que lo sembraron por primera vez. Pero Gaboto no estuvo lejos de la realidad al hacer sembrar aquí esta variedad europea de cereal, pues es en la provincia de Santa Fe donde se estableció la primer colonia agrícola argentina cultivadora de trigo y en la cual Carlos Casado y Aarón Castellanos, respectivamente pusieron los mojones históricos, dando lugar a una corriente exportadora desde los puertos del Litoral, entre ellos el nuestro, que alimentan a los progresistas o sufridos pueblos de Europa.

PUERTO GABOTO.
La Historia Argentina comienza en 1527
Amadeo P. Soler



La primera siembra de trigo

Trigo y cebada; cebada y trigo fue la alternativa para probar la fecundidad del terreno. Las rozas o sembradíos, cuidados con tanto esmero por los nuevos pobladores, al punto que abandonaban las guardias al alba para ir a cuidarlos, eclosionaban majestuosos, con una potencia y vigor que dejaba asombrados a los más optimistas.
La tierra se mostraba maravillosa. Era cuestión de entregar en su húmedo seno la semilla pesada y lustrosa que trajo Gaboto, para que sus preciosos jugos hicieran el resto. No había necesidad de practicar el clásico laboreo de alzar, binar, terciar y cuartar la tierra. Tampoco de observar la rigurosa llegada del otoño para hacer la siembra. Poco tiempo después de su arribo sobre el filo de la primavera, los sembradores hicieron la primera entrega de simiente y, ayudados por el clima propicio, la cosecha estuvo a la vista en poco tiempo y ya se vislumbraba que la operación habría de repetirse consecutivamente sin ser demasiado ortodoxos en la elección de las fechas.
Casimiro Nuremberg, un alemán que venía en la armada, caracterizado por ser buen observador, gustaba de hacer estadísticas y anotaciones referidas a la marcha de los cultivos. Parece absurdo lo que ocurrió con el trigo, pues aquella no fue una siembra masiva sino un cultivo experimental. Gaboto tomó sólo 50 granos, pues la provisión de cereal que traía no era mucha y la mayor parte de ella se perdió en el naufragio de la nave capitana frente a las costas del Brasil. Se tenía una reducida existencia para alimento de los navegantes y poca cantidad de cebada.
Al recolectarse la primera cosecha terminada a comienzos del año 1528, por especiales instrucciones de Gaboto se verificó el rinde que quedó asentado en un papel con números romanos: CCLVV granos.
La gente, risueña, recordaba cuando Gaboto contó los 50 granos, uno por uno, antes de ser entregados para la siembra, considerando que aquel contaje constituía un entretenimiento infantil, que no valía la pena hacerlo por lo minúsculo. Ahora esperaban que no se tomaría el tiempo, útil para otras cosas, para calcular los granos que contenían las espigas. Sin embargo el Veneciano dio mucha importancia a este hecho.


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El rendimiento del trigo

Hay un historiador realista, Gustavo Gabriel Levene, que escribe "La disciplina dura que imponía Gaboto se atenuaba jugando a la ampolleta o en los brazos de las indias, complacientes en el amor, después de haberlo sido también en el trabajo". "Las guardias en la fortaleza se acortaban y antes del amanecer, los españoles las abandonaban para trabajar en las huertas, o en las veinte casas individuales, abrazar a las mujeres indias..." y finalmente concluye: “El fracaso cerraba esta expedición., la primera que se internó en territorio argentino, la primera que unió en estrecho vínculo a españoles e indias, la primera que cultivó la tierra junto al Paraná" .
No se necesita mucha intuición para poder adjudicar a Sancti Spiritus el título de ser el lugar donde se forjó la raza rnestiza, fundamento étnico de nuestro país.
Y ya que hice la cita de Levene sobre el primer cultivo de trigo, voy a hacer un comentario sobre el episodio de los granos. En una ocasión concurrí a la sede de la Federación Agraria Argentina de Rosario de Santa Fe para visitar al talentoso biógrafo de Netri don Antonio Diecidue, a quien encontré escribiendo la “Historia de la Federación Agraria Argentina”. Hablando de los granos de trigo de Gaboto, me explicó que en una oportunidad ese asunto había sido objeto de estudios por parte de técnicos de la Federación acerca del rinde y que el gremio se había interesado tanto en aquel hecho que a cierta variedad de trigo se la bautizó con el nombre de “Gaboto” para las cotizaciones. Sin embargo, las conclusiones fueron encontradas, pues no se pudo determinar exactamente si el rinde fue mal calculado o mal interpretado.
Por eso me gustó cuando escuché en la plaza pública de Puerto Gaboto, al hablar un representante de la Comisión pro Reconstrucción del Fuerte Sancti Spiritus, al expresarse en estos términos:
“Desechemos también las críticas al cálculo de Luis Ramírez acerca del rendimiento de las espigas y dejemos que aquellos pocos granos que constituyeron la primera siembra de trigo se hayan multiplicado como el primer corresponsal lo dice. No discutamos si fue realidad o mentira lo que Gaboto declaró ante los oficiales reales de Sevilla cuando dijo que había probado sembrar trigo y que se daba dos veces al año, o cuando le cuenta a Ricardo Eden que en setiembre sembró 50 granos y en diciembre cosechó 50.000, es decir, 1000 por grano. No nos devanemos los sesos analizando los números romanos de Ramírez, en especial cuando el número romano representado por la letra V, que nosotros conocemos como 5, Ramírez le pone un cerito encima convirtiéndolo en el signo numérico de 1.000 según los antiguos manuales romanos y que algunos no le encuentran significación precisa. Dejemos las cosas como están y escuchemos al expedicionario Nuremberg cuando nos dice que “ellos sembraron cierto trigo y cebada y acudió muy bien”, ya que en esencia todos estos dichos nos quieren hablar de la feracidad de la tierra con un rendimiento de maravilla.

LOS 823 DIAS DEL FUERTE SANCTI SPIRITUS
Amadeo P. Soler



SEBASTIAN de REYNA
(el primer agricultor)

¿A quién, entre los doscientos diez tripulantes de la armada de Sebastián Gaboto, debe ser atribuido el honor de figurar como el primer agricultor en el Fuerte Sancti Spiritus?
Dilucidarlo es tarea difícil. La mayoría de los compañeros del Veneciano conocían la manera de extraer los frutos vegetales de la tierra.
En alguno de los renglones intranscendentes de las informaciones, interrogatorios y sumarios en los que se vieron envueltos los conquistadores a su regreso a España, alguien encontró una ligera referencia y la hizo pública: Sebastián de Reyna habría sido el encargado de los trabajos de roturación de la tierra y de la siembra de los escasos granos de trigo que traía la expedición.
¿Quién fue Sebastián de Reyna? Su nombre está ausente en la monumental obra de Medina que historia detallada y abundantemente los pormenores de lo ocurrido en la armada de Gaboto. Inclusive, entro los interrogados en el “Pleito que trata la gente que fue en la armada de Sebastián Gaboto con los diputados y armadores de la dicha armada sobre sueldos y otras cosas. Año 1537”, no se le encuentra. Empero, en ese proceso estuvo de Reyna, y el Dr. Enrique de Gandía, revisando de nuevo los viejos manuscritos, lo anota con escritura de la época en su “El Primer Clérigo”, transcribiendo parte de su declaración: “los yndios dezían que bivían dosyentos años e vido que todos llegaron malos e enfermos y en llegando con comer yervas e pescado e bever agua de aquel Río sanaron todos e se pararon gordos de muy buena dispusyción”(1).
Sebastián de Reyna era genovés y maestre de la nao “Trinidad”.
De acuerdo como ocurrieron las cosas en este país, tenía que ser Sebastián de Reyna, por su origen, quien abriera la brecha. La “pampa gringa” comenzó a ser laboreada por este peninsular itálico y así siguió a través de los siglos. Fue el inicio de una continua labor agrícola empezada con granos de trigo y de cebada y con la siembra de hortalizas y legumbres.
Sebastián de Reyna es un genuino representante de la tradición gabotera:
1) Por lo que hemos dicho sobre el inicio de la corriente inmigratoria de chacareros italianos que invadió la región siglos después.
2) Porque cultivó hortalizas precisamente en el mismo lugar en el cual durante más de un siglo de que se tiene memoria ultimamente, la horticultura recogió la savia de la tierra prolífica, del mismo modo que lo hizo el último representante vecinal quintero don Silvio Davolio.
3) Porque inauguró en Puerto Gaboto una retahila de apodos, motes o sobrenombres de los que nunca se vieron privados sus habitantes. (2). Recuérdese que sus compañeros de Sancti Spiritus apodaban a de Reyna "espantapájaros" por su lucha contra la invasión alada que asolara sus sembradíos (3).
Debemos hacer responsable a una y única persona, del acontecer agrícola en la primera fundación española en el Río de la Plata y elegimos un nombre: Sebastián de Reyna. Para él el triunfo y la gloria de representar a más de una centena de huéspedes agricultores que poblaron la nueva tierra.
Conocemos que el repartimiento de parcelas en 1527 se hizo en forma generosa y que a cada uno de los veinte ranchos le tocó un lugar para tener una huerta bien sembrada sin contar las extensiones aledañas distribuidas para el mismo efecto.
¿En qué lugar de lo que es hoy Puerto Gaboto Sebastián de Reyna tuvo la suya? No podemos adivinarlo, pero intuimos que lo fue en las cercanías del monte de Silvio, basados en el atavismo histórico de una herencia telúrica e incomprensible.
Es un misterio saber si Sebastián de Reyna contaba con fortuna material antes de llegar a América. Si contó con ella la debe haber perdido completamente, como para obligarlo a mendigar en los tribunales de España la migaja de un sueldo que le debían sus armadores insolventes. El lo haría por necesidad, aunque nosotros pensemos que no valía la pena que buscase una retribución, pues contaba con la inmensa riqueza de haber dado vida a sus compañeros sacando de la costa del Carcarañá y del Coronda los frutos maduros de la tierra. Alimentó con su quehacer a los guerreros soñadores que buscaban otros tesoros en el camino de la Sierra de la Plata y que engullían sin compasión el resultado de su paciente labor agrícola.
Fue un “agricultor”. Los gentilhombres, capitanes, armadores y veedores no sabían comprender ni medir su sacrificio. Sin embargo, el rozado, la siembra y la recolección de las cosechas perduró a través de los siglos después de la destrucción de Sancti Spiritus, mientras las ilusiones de quienes se sirvieron de ellas se evaporaron en el fracaso.
En un notable artículo del Prof. J. R. Báez, se inserta este hermoso párrafo:
“Como vemos, el solitario rincón del Fuerte Sancti Spiritus, fue tierra de alumbramiento: evangelio, raza, agricultura y, para que nada le falte a la gesta, hasta los dolores de la tragedia padeció. Todo eso hace acreedor al solar de la antigua colonia, a los honores del monumento recordatorio del primer episodio triguero en potencia en suelo argentino, y que la opulencia de Santa Fe, que es la riqueza del trigo, no puede olvidar los orígenes modestos del cereal que le dio prestigio y fama de granero del Paraná. Sea un azar del destino (Gaboto) con el correr de los siglos, el hecho real es que aquellas pocas espigas que dorara el sol de diciembre de 1527 fueron precursoras de la grandeza económica de nuestra patria, por lo que no hay que olvidarlas” (4).
Esto se escribía en el año 1944. En el año 1972, se dictó con fecha 16 de mayo, el decreto 0917 por el que se instituyó en la localidad el día de la Fiesta de la Primera Siembra y Cosecha de Trigo en la República Argentina.
Queda pendiente la otra deuda de honor propuesta por el sentimiento de hacer justicia del profesor Báez: los honores del monumento recordatorio.
El pago de esa deuda está latente en el corazón de los anfitriones de Puerto Gaboto y de todos los agricultores argentinos.
El monumento que se debe, es la reconstrucción del Fuerte Sancti Spiritus, que abarcará en forma genérica el homenaje a todos sus huéspedes gloriosos.
La personificación del homenaje: en una de las parcelas de los veinte ranchos del entorno una placa de piedra o bronce que señale, en el mismo suelo, el nombre inmortal de Sebastián de Reyna con la leyenda de cuál fue su mérito. Junto a ella, sobre un pedestal un arado del siglo XVI que simbolice la labor agrícola. No podríamos hacerlo de otro modo porque nos faltan las referencias del físico del esforzado labriego y la conformación de sus facciones.
Podríamos tomar, para levantar una estatua corpórea, la figura típica de algún gringo del campo, pero no acertaríamos nunca con la estatura, pues la estatura subjetiva y mítica de Sebastián de Reyna, es colosal.

Notas:
(1) Gandía, Enrique de. "El Primer Clérigo". Buenos Aires, 1934.
(2) Soler, Amadeo P.: "Puerto Gaboto". Rosario, 1980.
(3) Soler, Amadeo P.: "Los 823 días del Fuerte Sancti Spiritus". Rosario, 1981, pág. 26.
(4) Báez, J. R.: "La Primera Colonia Agrohispana en el Río de la Plata - Sancti Spiritus, cuna de la Agricultura Platense", en Revista Argentina de Agronomía Tomo II - 1944.

LOS GLORIOSOS HUESPEDES
DE PUERTO GABOTO (1983)
Amadeo P. Soler


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LOS 50 GRANOS DE TRIGO

Palabras pronunciadas el 26 de octubre de 1986 en la plaza pública de Puerto Gaboto en ocasión de la celebración de la primera siembra y recolección de trigo en territorio del Río de la Plata, en presencia de autoridades y del Cónsul General de España Dr. Antonio García Abad.

La oportunidad sería propicia para pronunciar unas palabras de exaltación de los gloriosos navegantes que dieron principio a la agricultura rioplatense en este lugar, sólo recordados por nosotros e injustamente olvidados por el resto de nuestros compatriotas.
Quisiéramos que todos supieran la historia conmovedora que los Ministerios de Cultura y Educación nacionales y provinciales marginaron para poder llenar a sus expensas Muchos volúmenes de las excelencia de las grandes ciudades.
Pero ya que nos dejaron solos y no nos dieron la oportunidad de desparramarlo a los cuatro vientos vamos a evocar entre nosotros el sencillo y transcendental acto de la primera siembra y cosecha de trigo e intentar dar una explicación de la realidad y magnitud del suceso.
Día vendrá en que los argentinos amantes de la tierra, curiosos de su orígenes, justicieros de sus apreciaciones, y sobre todo argentinos, harán conocer por todas partes lo ocurrido aquí hace 459 años.
En esta reunión lugareña, propia para la didáctica, trataremos de dejar en claro los hechos que han dado lugar a la celebración y destruir la fábula creada alrededor de estos mismos hechos en los trasnochados laboratorios de algún especialista que no profundizó la historia de SEBASTIAN GABOTO y tomó la curiosidad de una carta del tripulante LUIS RAMIREZ sin mayores explicaciones.
Se nos dice desde entonces en los textos que al descender SEBASTIAN GABOTO en el fuerte “SANCTI SPIRITUS” juntó por casualidad 50 granos de trigo que se habían salvado del naufragio de la nave capitana “Santa María de la Concepción” tumbada en la isla Santa Catalina en las costas del Brasil. Se olvidaron decir que el trigo, alimento bíblico de la humanidad, no vendría en una sola nave sino que ese grano debiera estar también entre los bastimentos de las otras embarcaciones que componían la armada.
Se nos dice que GABOTO hizo sembrar esos 50 granos apenas llegados en el mes de junio. Exacto. No se dice categóricamente que esta siembra debió realizarse a título experimenta] para conocer la reacción de la semilla en estas nuevas tierras y su rendimiento, ni tampoco se dice, porque no está escrito directamente, si aparte de ello se hicieron otros cultivos de trigo.
Para completar la fábula se hacen cálculos excesivos del rendimiento de esas 50 simientes diciendo que rindieron 50.000 granos, cantidad que no ha resistido los cálculos realizados por los entendidos en la materia. La cifra, tomada de documentos de aquellos tiempos no ha sido todavía aclarada echándole la culpa del error a la mención en números romanos.
Como se ve, este episodio minimiza la fastuosidad del acontecimiento y hace pensar: ¿Cómo se explicaría que el gobierno provincial declarase fiesta de la primera siembra y cosecha de trigo, por decreto, para conmemorar en ella el plantío en un diminuto almácigo?.
Es que el hecho es otra cosa y lo vamos a aclarar:
En el análisis de la documentación histórica está la respuesta. Es bien sabido que los ocupantes de “Sancti Spíritus” solían abandonar las guardias durante las madrugadas para ir a labrar y cuidar sus sembradíos, de hecho esos cultivos no era de maíz o ˝abatí˝ como lo llamaban los indios, que era sembrado por éstos, quienes lo conocían desde tiempo inmemorial por ser un producto americano. Los conquistadores tenían preferencia por la cebada, legumbres y consiguientemente por el trigo. La semilla utilizada en estos labrantíos no procedía, como es imaginable del resultado de aquellas 50 plantas primitivas, si es que habían germinado todas, sino de la semilla adicional aportada por otras reservas. De no haber sido así no se hubiera llegado a recoger las cosechas, así aplicásemos la conocida leyenda árabe de la progresión geométrica de los granos de trigo que debió pagar un rey ignorante de las matemáticas a un sabio aprovechado.
La siembra intensiva del trigo hizo proliferar el volumen de las cosechas a tal punto que Gaboto, después de los 823 días del fuerte, no quería volver a España sin antes recoger en el mes de diciembre la cosecha que le serviría de alimento para la vuelta.
Diez años más tarde DOMINGO DE IRALA, a su paso por Sancti Spiritus, observó que los aborígenes habían aprendido la lección: sembraban trigo en las costas de nuestros ríos Coronda y Carcarañá y conocían las fechas óptimas de siembra y recolección, que en la zona se daban dos veces al año.
Con lo dicho queda explicada la parte anecdótica que es muy buena como curiosidad y que a LUIS RAMIREZ el cronista y corresponsal de la expedición le parecía “cosa misteriosa”, aunque señalaba que esa siembra (la de los 50 granos) se hizo para “probar”. La otra, la que se hizo en los cortijos de “tierra sana y de mucho fruto”, es la que dio nacimiento a nuestra agricultura triguera.
El progreso que logró Gaboto en la explotación del campo haciéndole acoger un alimento europeo como el trigo, ha permitido que algunos analistas califiquen a nuestro navegante fundador, como colonizador. Nosotros lo consideramos un descubridor y un conquistador desde el punto de vista de la misión que tenía que cumplir en el Nuevo Mundo: pero no negamos que las circunstancias hicieron eclosionar en él, como eclosionaron luego las espigas, aquel espíritu ítalo-español capaz de fabricar colonos por doquier.
Y un último: un recuerdo para el primer agricultor SEBASTIAN DE REYNA. Le hemos instituído ese título de primer agricultor y lo hacemos público en muchos de nuestros trabajos para que a nadie de los que andan por ahí con el ánimo de restar nuestros valores, se le ocurra que hubo otro posterior y más auténtico que él en otra parte.
Con estas últimas palabras rendimos nuestro profundo homenaje no sólo al providencial sembrador sino a todos los integrantes de la armada con SEBASTIAN GABOTO a la cabeza, que Dios puso en nuestro pueblo para decir a todos los argentinos: “Aquí nació la primera espiga del que otrora fuera granero del mundo”.
Nosotros agregamos a título de reflexión: Ojalá las actuales generaciones y las que vengan se enteren de estos pormenores, los divulguen y se apoderen de ellos para estímulo y norte en las tareas de recuperación del sitio de privilegio que en los mercados graneros extranjeros lamentablemente hemos perdido.

Amadeo P. Soler
LA TORRE DE GABOTO (1987)


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1527 - FESTEJO DE LA PRIMERA SIEMBRA DE TRIGO - 1988

Palabras dichas por AMADEO P. SOLER en la plaza de Gaboto el 30/10/1988.

Si fuera por los dichos de los expedicionarios que acompañaron al Veneciano SEBASTIAN GABOTO, en el país ya se habían dado hasta el año 1988, 922 cosechas de trigo. Corresponde a este predio gabotero la iniciación de las primeras cinco o seis recolecciones. Dicen los escritos antiguos, como expresión de maravilla, que las cosechas se daban dos veces al año.
La celebración de tan extraordinario acontecimiento recién se inició en el año 1972, fecha en que un gobernante se dio cuenta de la necesidad de difundir este hecho liminar, dictando el decreto provincial Nº 917 mediante el cual se disponen festejos a realizarse el último domingo de octubre cada año.
Con posterioridad, quienes debieron organizar la conmemoración en los años sucesivos, lo hicieron esporádicamente, acaso por no estar convencidos de la justicia del homenaje, preguntándose:
¿Para qué hemos de hacerla si ya otras comunidades agrícolas tomaron la iniciativa en Leones, provincia de Córdoba y en Esperanza y en San Genaro en la provincia de Santa Fe?
En verdad, la opulencia agrícola del país, económicamente se asienta y manifiesta en otros lugares, y nosotros, siempre empequeñecidos, no hemos tratado de destacar con profusión el hecho histórico.
Nos falta, como es obvio advertirlo, la pujanza de los grandes trigales y la riqueza que ellos generan para hacer la evocación digna de la participación nacional en la fortuna de las mieses.
No tenemos en Puerto Gaboto el cornucopio de la abundancia granera. Nuestro manso río y las islas apacibles nos brindan otros beneficios que no son ampulosos sino simplemente alimentarios.
Por eso, nuestra fiesta no es de producción, sino de melancolía y recuerdos añejos. Ya no nos queda ni nuestro puerto exportador de trigo.
Cuando venimos todos los años a reunimos aquí, no podemos usar palabras grandilocuentes para ensalzar una floreciente riqueza agrícola en el Rincón de Gaboto porque no la hay; pero llegamos con el vehemente deseo de expresar la inconmensurable exuberancia de su historia económica.
Hemos hablado sucesivamente en estas fechas de la siembra mágica y legendaria del trigo por manos femeninas, de los cincuenta granos de trigo de SEBASTIAN GABOTO, y otros oradores lo han hecho también alusivamente.
Esta vez haremos una breve mención como homenaje al primer sembrador don SEBASTIAN DE REYNA y a su continuador don JERONIMO ROMERO, considerado este último el primer inmigrante en estas regiones de América.
SEBASTIAN DE REYNA es el arquetipo y paradigma del agricultor santafesino: el de la pampa gringa. Genovés de origen, abrió la brecha de la inmensa columna de cultivadores venidos de la península itálica, y de Europa, para roturar la gleba. Y a fe que lo hizo bien, por los resultados primeros que obtuvo y por la perdurabilidad de la labor reproductiva.
Imaginamos a REYNA abriendo surcos en su parcela para depositar en ello la simiente ubérrima y dar el ejemplo de la tarea a sus compañeros que ocupaban sus respectivas heredades y cortijos.
Lo imaginamos en las cercanías del monte de Silvio donde intuimos el área de su siembra en la proyección atávica hacia adelante, en una historia de cultivos permanente hasta nuestros días. Lo imaginamos como una figura parecida a los curtidos y robustos agricultores que empezaron a llegar a nuestras tierras masivamente en la segunda parte del siglo pasado y en los comienzos del presente, es decir, a la imagen típica del «gringo»; pero no acertaríamos nunca con la estatura -como lo dijimos en uno de nuestros libros, pues la estatura subjetiva y mítica de SEBASTIAN DE REYNA es colosal.
Y ahora hagamos un pequeño lugar a don JERONIMO ROMERO, español éste, a quien consideramos el primer inmigrante por haberse quedado entre nosotros después del desastre de Sancti Spiritus. Y lo es, pues sus compañeros habían hecho fortaleza, formaron pueblo, sembraron trigo y hortalizas y tuvieron hijos. Y él se estableció en el nuevo país procedente de otro distinto de allende los mares.
Fue el continuador de la obra de SEBASTIAN DE REYNA enseñando a los indios entre los que convivió diez años, las fechas propicias de las siembras.
De otro modo, MARTINEZ DE IRALA no hubiese podido decir que a la vera de nuestros ríos los aborígenes cultivaban el trigo sabían, como los mejores agricultores, las épocas más apropiadas.
¿Acaso hubo algún instructor europeo entre la fecha de la destrucción de «Sancti Spiritus» y la llegada de IRALA con PEDRO DE MENDOZA?
Al único que conocemos es a JERONIMO ROMERO y por eso le adjudicamos esta labor docente.
¿Por fortuna también no le solucionó a AYOLAS el problema alimentario de la expedición de MENDOZA cuando el fundador de Corpus Christi lo encontró, recio y barbado, surgiendo de las ruinas de Sancti Spiritus?
Por eso, en la brevedad de estas palabras dejamos nuestro homenaje agradecido a ambos personajes: a SEBASTIAN DE REYNA con los elogios de su obra y a JERONIMO ROMERO con la bohemia de la última estrofa de nuestro «Romance al Primer Inmigrante» que dice así:

«PEDRO DE MENDOZA estaba
en Buenos Aires muriendo.
AYOLAS lo trajo al Fuerte
para obsequiarle sustento.
¡Importante fue la acción
de heroico gabotero!
Por eso en este romance
dejamos todo el recuerdo
y rendimos homenaje
al precursor del progreso,
en el primer inmigrante
don JERONIMO ROMERO».

¡De Gaboto, por Supuesto!


EL MASTIL DE GABOTO (1993)
Amadeo P. Soler


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La Agricultura en Puerto Gaboto a fines del siglo XIX

Disminuido el ganado, tanto en el Rincón de Gaboto como en el Rincón del Carcarañá (Grondona) las tierras, aptas para la agricultura, desde tiempo inmemorial, donde las “cosechas de trigo se dan dos veces al año” fueron ocupadas paulatinamente por la inmigración extranjera y en algunos casos por vecinos progresistas. El señor JOSE A. TARTALETTI realizó oportunamente un trabajo sobre la inmigración italiana por encargo de la Comuna de Gaboto para ser entregado al Vice Cónsul de Italia en la ciudad de Santa Fe, interesado en este tema. De ahí surgen una serie de actos fidedignos sobre propietarios y arrendatarios que cubrieron el período 1880 a 1900.
Para dar mayor pintoresquismo a su trabajo, TARTALETTI agrega como apéndice acerca de las cosechas estas palabras:
“Contaba nuestra abuela que en los primeros años de su establecimiento en GABOTO (1882) el trigo era cortado y engavillado a mano y luego, en un cerco que tenían preparado en el patio, llamado era, lo desparramaban y dentro de la era soltaban una tropilla de mulas y caballos que al pisotear las plantas del cereal separaban el grano de la paja. Aguardaban un día ventoso para aventar los granos con palas. Luego con zarandas de mano lograban limpiarlo medianamente de cuerpos extraños. De esa forma dejaban al producto listo para la molienda. Una parte era dado a moler a los molinos más cercanos obteniéndose así la harina para todo el año”.
La mayor superficie de los campos estaba destinada a la agricultura, tanto en Gaboto como en el Rincón de Grondona, prolongación de esta explotación. Con respecto a la superficie sembrada se computaba la producción de maíz y luego seguían en importancia las de trigo y lino. Los implementos de labranza eran rústicos: arados de una reja a mansera, algunos de una reja con ruedas y muy pocos de dos rejas. El trigo y el lino se sembraban al boleo, a mano, y para la siembra del maíz se adosaba al arado de una reja un rudimentario cajón sembrador.
Los campos, siguiendo lo explicado por LUIS RAMIREZ en 1528 se caracterizaban por no ser muy arbolados; algunos bosquecillos o manchones; predoninando el ñandubay y el algarrobo. Los caminos vecinales eran angostos, malos y desalineados. Con el progreso esto fue corregido. Las viviendas eran penosas y las bestias de trabajo, los bueyes.

HISTORIA DE PUERTO GABOTO - SIGLO XIX
Amadeo P. Soler


Enlace:
FACULTAD DE AGRONOMIA
La Historia del Trigo en Argentina: De Gaboto a nuestros días (video)
http://videos.agro.uba.ar/watch_video.php?v=b185101b6cb7ad6

NUESTROS ANTEPASADOS ABORIGENES

LA POBLACION ABORIGEN. LAS RAZAS Y TRIBUS

Pienso que de acuerdo con nuestra tradición, en la que cuenta más el suelo que la sangre, el primer hecho histórico ocurrrido en nuestro territorio lo fue la fundación del Fuerte Sancti Spiritus y por esa razón "la historia Argentina comienza en 1527". Y si alguien creyese que este hito corresponde a la historia española, lo cedo graciablemente en homenaje a la madre patria, pero lo reinvindico en favor de los caciques Mangoré y Siripo, algunos de cuyos descendientes todavía deben andar por los caminos de la patria, ayudando a construir su grandeza.

Amadeo P. Soler



—Lo que te voy a referir, Gabotero, no tiene nada que ver con todas las historias, novelas y cuentos de los aborígenes del Oeste Norteamericano, que seguramente te apasionan. Allí los escritores relataron sobre los aborígenes haciéndoles aparecer buenos o malos, según los argumentos. En nuestro territorio y en el que fue de España antes de la independencia, vivieron también muchas razas indígenas. Nadie las popularizó como en el Norte; muy pocos de nuestros escritores le dieron la difusión que les hubiese correspondido como auténticos antecesores, los pintó José Hernández con mucha maestría y también lo hizo Lucio V. Mansilla en "Una excursión a los indios ranqueles", además de otros escritores que enfocaron el tema, pero como te digo, sin que aquellos libros y escritos tuvieran notoriedad.
Según las referencias, este territorio tiene indicios de una gran antigüedad en materia de pobladores, que en la región central y en el Noroeste se calcula entre los 8.000 y 12.000 años. Pero no necesitamos remontarnos a tan lejos. El interés nuestro está en conocer quienes vivieron aquí en el tiempo en que Colón descubrió América, pues quizás en este mismo predio donde nos encontramos se haya levantado, en lugar de esta construcción, una vivienda indígena. Las primeras noticias que nos pueden servir para orientarnos son, precisamente, las que empiezan a correr con la llegada de Sebastián Gaboto. Ya Magallanes tuvo noticias de los aborígenes de la región austral y se escuchaban voces, como las de Francisco del Puerto, náufrago de Solís, que daban cuenta de la vida y cultura del noroeste. El mismo Gaboto tomó contacto con las tribus guaraníticas del Paraguay y pudo observar desde el fuerte Sancti Spiritus la existencia de vida indígena en este lugar. Pero los aborígenes no eran numerosos: extraña que la población de las naciones que palpitaban en estas tierras no hubieren sufrido, dada la remota antigüedad, un crecimiento de progresión geométrica, teniendo en cuenta que la alimentación que le ofrecía la riqueza de la tierra era suficiente para mantenerlos. Su crecimiento vegetativo daba por tierra las teorías maltusianas sobre superpoblación. Acaso las guerras que entre si mantenían, las enfermedades, la lucha con las fieras salvajes o algunas de las calamidades públicas que asolaban el continente, los diezmaban implacablemente y no permitían su desarrollo. Las grandes concentraciones de habitantes se advertían en las regiones montañosas o pedregosas, y con menos intensidad en la región de los grandes ríos.
El Noroeste, las Sierras Centrales y la Mesopotamia eran las regiones donde mayor densidad de población había, porque precisamente allí se agrupaban las tribus sedentarias. Sin embargo, todo el territorio se cubría en mayor o menor escala con los cazadores nómades que se movían de un lado para el otro buscando la mayor facilidad para su subsistencia. En el Noroeste prevaleció la influencia incaica, pero luego fue deslojándose por la presión de los lules y los chiriguanos, antiguos predecesores de las tribus conocidas como mocovíes, que bajando por los ríos Dulce y Salado llegaron hasta nuestra provincia y el Chaco. De las Sierras Centrales siguiendo el curso del Carcarañá, bajaban representantes de los comechingones y sanavivones. De la Mesopotamia llegaba no sólo la influencia, sino el alud guaranítico que bajaba por el río Paraná con sus canoeros nómades y que poblaban las islas que tenemos aquí enfrente.
Del lado del Uruguay, por los riachos que forman dédalo entre las islas atravesando la provincia de Entre Ríos, ya venían los charrúas. Pero en el sur del Carcarañá habitaban tribus estables de economía cazadora y recolectora muy primitiva como los Querandíes y del gran grupo de los Chaná-Timbú que se desplazaban a lo largo de los cursos de agua, y un pequeño núcleo conocido como los Timbúes, estaba afincado, precisamente, en las márgenes del Carcarañá y del Coronda, mientras las tribus del Gran Señor de Coronda se habían aposentado en la margen de este curso de agua hacia el Norte. De esto resulta que aquí, en las tierras de Gaboto, había una población estable al menos desde antes de la llegada de los conquistadores y en todos los alrededores e islas pululaban los canoeros y cazadores nómades.
Todos estos aborígenes eran guerreros, aunque los más beligerantes se distinguían entre los charrúas, guaraníes y mocovíes. La guerra generalmente la hacían de noche y su estrategia era la oscuridad y la sorpresa. Usaban como armas lanzas y flechas generalmente con las puntas de hueso o de madera dura, porque no sabían trabajar los metales. Manejaban estas armas con singular habilidad, en especial el arco y sus dardos y sabían emplear también otros elementos contundentes como la macana o la porra. Usaban en las peleas también las boleadoras, que según el decir de Luis Ramírez, acompañante de Gaboto,"eran unas pelotas de piedra redondas y tan grandes como un puño, con una cuerda atada que las guía, las cuales tiran tan certero que no hierran a cosa que tiran". Tanto en la guerra como en la paz las tribus eran dirigidas por un cacique a quien obedecían ciegamente.
Nos interesa conocer como iban vestidos. En realidad, los nuestros, por el clima caluroso en verano, templado en el resto del año y con muy pocos días de frío, andaban desnudos o semidesnudos. En invierno se sabían cubrir con pieles. Los hombres usaban un cinturón que sostenía un manto de corteza y las mujeres utilizaban una pequeña pollera de fibras. La vestimenta era complementada con ciertos atavíos algunos de los cuales adornaban sus rostros.
Según las cartas del mencionado Luis Ramírez, "los timbúes tienen todos horadadas las narices ansí hombres como mujeres, por tres partes, y las orejas; los hombres horadaban los labios por la parte baja" y algunos individuos llevaban como adorno labial un "tambetá"' llegado allí por herencia guaraní. Aprovechando las partes horadadas usaban colgajes hechos con conchas de crustáceos, aros de hueso o madera dura, además de los collares y brazaletes hechos de piedrecillas que rodeaban brazos y piernas. Un adorno muy principal era el pintado de sus cuerpos con trazos muy desprolijos de pinturas hechas con carbón y tinturas colorantes que extraían de las plantas. Las plumas también eran ornamentales, pero contrariamente a las plumas que usaban los aborígenes norteamericanos, las que aquí se aplicaban no eran tan brillantes y coloridas. Las de águila, principal adorno de los del Norte, eran en esta comarca desconocidas y en su lugar exhibían opacas plumas de avestruz y de algunos otros pájaros de la selva o de las barrancas, como de lechuzas y otras rapaces, distribuidas con poca profusión en la frente, bajo la vincha.
A esta altura de su exposición, el Lugareño se detuvo pues en sus apuntes figuraban algunas informaciones que resultaban inconvenientes contárselas al Gabotero dada su corta edad. Se referían a ciertos atavíos que usaban las mujeres, especialmente las más jóvenes, para llamar la atención de los del sexo fuerte. En lugar de atavíos para complacer la natural coquetería femenina, esos adornos buscaban más bien despertar en los hombres los instintos sexuales, ignorándose en qué forma influían en los sentidos de éstos y bajo qué mecánica actuaban. Sabían aquellas mujeres que los hombres se habían acostumbrado a la vista de sus desnudeces y no les producían los impulsos naturales de la apetencia. Por eso, haciendo una especie de pomada compuesta con su propia sangre y otros ingredientes se pintaban con ella de negro casi todo su cuerpo. Dicen que los hombres se enloquecían por ellas. Era una práctica de erotismo muy particular, una especie de lenguaje sin palabras que no llegaba a los nervios motores por medio de los sentidos de la vista ni del olfato, sino estimulando la imaginación de los célibes con esa insinuación directa y dándoles valor para el abordaje. En idioma indígena esta pintura se conocía con el nombre de "gualicho", palabra que ha dado lugar más tarde a su aplicación como sinónimo de estimulante para el amor.
El Lugareño pasó esta parte de sus anotaciones por alto y prosiguió contando cómo eran las viviendas de los indígenas.
Las tribus sedentarias que habitaban este lugar, construyeron sus habitaciones en las márgenes de los ríos, en especial sobre las barrancas donde estaban a cubierto de crecidas e inundaciones. Las que vemos actualmente son reminiscencia de aquella arquitectura. Las poblaciones eran chicas y distanciadas unas de otras para no estorbarse. Formaban un pequeño caserío de veinteo treinta casas que construían con haces de paja de las cuales las islas eran las principales proveedoras.
Como no había un estilo bien enraizado por haber sufrido la influencia, como hemos visto, de distintas procedencias, se daba el caso de encontrar viviendas, siempre hechas con el mismo material, paja y barro, ya sea redondas, de techo cuniforme, ya sea rectangulares, con techo inclinado o de dos aguas. Estas últimas eran de gran tamaño y vivían en ellas varias familias y todos los individuos dormían en hamacas que colgaban de los tirantes. Las casas redondas eran mucho más chicas y su interior solía estar separado por biombos o tabiques que daban a sus habitantes cierta independencia. También solían hacer unos bloques de adobe que disponían uno encima del otro adheridos con barro, que luego techaban con paja. Generalmente, no cavaban cimientos, sino que previamente hacían un gran pozo del tamaño de la vivienda, hasta la profundidad de más o menos un metro, en cuyo interior arrimaban las paredes. De ese modo, las casas de afuera parecían bajas, pero eran confortables por dentro, y los moradores descendían o ascendían por una entrada en pendiente. Todas estas viviendas eran muy precarias y debido a ello, es que su duración era extremadamente limitada, razón por la cual ni anteriormente ni en la actualidad se han encontrado vestigios de las mismas. Pero, como hemos dicho, la tradición nos ha dejado reminiscencias en las que actualmente existen.
En esos núcleos de población se desarrollaba una actividad muy primitiva, pero en su organización nos encontramos que la salud estaba al cuidado de los brujos de cada tribu, cuya vestimenta era de lo más estrafalaria y sus pinturas de las más resultantes. Conocían cómo tratar las enfermedades físicas y también las del espíritu y además resolver todas las cuestiones del orden social que se presentasen. Estos brujos o hechiceros recurrían a todos los artificios que les venían de sus antepasados y usaban tan pronto la invocación de sus dioses y la ayuda de los elementos naturales como los más refinados sacrificios y ofrendas rendas.
Los hechiceros participaban también en los ritos funerarios. Como testimonio arqueológico, no se han encontrado en la comarca vestigios de restos o esqueletos indígenas pues, al parecer, los cadáveres eran incinerados en una especie de enramada debajo de la cual se encendía un fuego lo suficientemente fuerte como para destruir completamente los despojos. Sabemos que en las culturas del Noroeste se utilizaban las urnas funerarias, pero aquí, a falta de vasija, se los incineraba o sencillamente se los enterraba. Hay antecedentes que en el Delta se han encontrado "paquetes funerarios", pero por estos lugares, que se sepa, no se ha hallado ninguno.
Después de explicar todo esto, es fácil colegir cuál sería la alimentación de estos individuos que vivían a la vera del río y consiguientemente eran hábiles pescadores. Su entorno era la selva y la floresta salvaje de las islas, allí practicaban sus aptitudes de cazadores y disfrutaban de las mejores presas que les ofrecía el lugar. Cuando salían a la pradera, hacían presas con las boleadoras. Ahí nomás junto a sus casas, cultivaban el maíz y las calabazas y, según se dice, aparte del aceite de pescado tenían otro más apetecible: el que les brindaban las langostas, con las cuales hacían una deliciosa manteca. Recogían también los frutos del algarrobo, árbol del cual había muchos ejemplares en las región.
El Lugareño sabía que con lo dicho no había agotado el tema: sin embargo, lo interrumpió viendo que el Gabotero tenía intención de decir algo.
En efecto, éste comenzó diciendo que no había entendido del todo lo explicado.
—Hay algunas cosas, amigo Lugareño, que las comprendo perfectamente, pero hay otras como las que has mencionado de las teorías maltusianas, por ejemplo, no las entiendo. Tampoco veo muy clara la situación geográfica de los ríos por donde bajaron las tribus hasta Gaboto y me resulta difícil interpretar en su verdadero sentido y alcance algunas palabras.
—En otra oportunidad, si me lo haces recordar, te lo explicaré todo—dijo el Lugareño— pero entre tanto, trata de preguntar en la escuela a tu maestra o al director, que es muy amante de estas historias, los puntos oscuros, en especial aquellos en que se hace necesario pasar vista por un mapa.
Para terminar, te diré que los timbúes del lugar tenían un Jefe nominado Señor de los Timbúes, a quien todos respetaban por su sabiduría y su prudencia y por ser, aunque autoritario, pacífico. Se llamaba Mangoré y tenía varias esposas, siguiendo la tradición poligámica de su tribu. Su primera esposa en el rango era la hermosa princesa Iberahy (Nombre de fantasía dado por Hugo Wast en "Lucía Miranda") hija de su amigo, el poderoso señor de los Minuanes, que reinaba en la otra margen del Paraná.

PUERTO GABOTO.
La Historia Argentina comienza en 1527
Amadeo P. Soler


PRIMITIVOS POBLADORES

Grandes naciones o pueblos fueron los chanás, los charrúas y los guaraníes, además de los tobas, guaycurúes, calchaquíes, lules y querandíes. Las naciones que influyeron en esta comarca son las de los chanás, pues los mismos habitaron en la zona del Paraná, y los guaraníes, quienes, no obstante la distancia de sus asientos, recorrían permanentemente nuestras islas y costas más cercanas. Además de los chanás, en el Delta ocupaban apreciables extensiones los beguaes y los chanás-timbús, en el norte los mepenes, y en la zona media los quiloazas, mocoretás, caracarás, timbúes y corondas. Estas tres últimas tribus son las que están más allegadas a nuestra región. De los charrúas citaremos a los yaros, mencionados en la expedición de Gaboto en operaciones de la zona oriental y a los minuanes que vivían en el centro de Entre Ríos con mucha vecindad y concomitancia con nuestras tribus. Sobre todo jugaron un papel muy importante, en nuestra historia los guaraníes que, corno se ha dicho, poblaron en forma nómade las islas y regiones costeras desde el Paraguay hasta el Delta. Los querandíes también tuvieron vecindad con nosotros pues cubrieron una amplia región hasta el río Carcarañá al sur y se mencionan como guías de Francisco César informantes de la existencia de oro a Gaboto.
Este territorio fue muy apetecido por los aborígenes dada la existencia de agua y de alimentos en abundancia. Había sombra y reparo para personas y animales. Su aspecto no era selvático. Cerca de las costas crecían robustos ejemplares de chañar y algarrobo que formaban juntos o mezclados con otras especies, pequeños bosquecillos. Yendo tierra adentro las arboledas desaparecían para dar lugar a la llanura cubierta de pastos y arbustos. En menor medida, dada la paulatina despoblación vegetal, la configuración fitogeográfica no ha variado mucho hasta el presente. Luis Ramírez, el corresponsal de la armada de Gaboto, anotaba sobre esa tierra: “es muy llana, sin arboledas.”
Y ya que hablamos de la documentación gaboteana, surge claramente que la aldea más próxima a la confluencia era la de los timbúes. Su ubicación puede darse sobre la margen izquierda del Carcarañá a poco más o menos un kilómetro de su desembocadura.
La precariedad de sus viviendas justifica la ausencia de señales. Las casas se construían no para durar mucho tiempo. La estructura o armazón era preferida de troncos de madera trabajable como la del sauce, con paredes de paja y barro y techo de paja, al estilo típico de los ranchos que todavía se ven en esas inmediaciones. Cada vivienda tenía sus separaciones y su construcción podía calificarse de prolija, a tal punto que sirvieron de modelo para las primeras habitaciones que levantaron los conquistadores. El hecho de que en muchas moradas hubiesen apartamientos significaba que los timbúes tenían ya formado un concepto ético de la convivencia.
Los poblados generalmente no adquirían gran desarrollo, pero aquel de los timbúes era bastante numeroso a juzgar por la cantidad de caciques o aborígenes principales que residían en la aldea.
En la acusación del fiscal de Su Majestad contra Sebastián Gaboto (Medina del Campo, 4 de febrero de 1532) se menciona a tres mayorales aborígenes llamados Alboir, Oraya y Alcaire y a otro conocido por Yaguarí. Todos estos personajes tenían sus mujeres con quienes convivían, según lo expresan algunos testigos en las declaraciones prestadas con motivo de esta acusación. Es decir, que en la aldea privaba el sentido de la familia, reforzado con la vinculación con otras poblaciones amigas con quienes se entendían perfectamente usando de formas dialectales tomadas de los tres idiomas o dialectos principales, a saber, del chaná, del querandí y del guaraní. Entre los timbúes prevalecían vocablos y giros del querandí. Otros caciques además de los legendarios Siripo y Mangoré, fueron Araya, Elbocán, Mandí y Manibe.
Los pobladores de la aldea timbú tenían gran respeto a un cacique llamado Corondá que dio su nombre a la tribu de los Coronda y que por su jerarquía y fama tenía el tratamiento de gran Señor o Señor Principal; pero los Corondas conformaban otra individualidad. No obstante existían de vez en cuando disputas por las fuentes de abastecimiento, en especial con los caracarás, una de cuyas aldeas más próximas estaba aguas arriba del río Carcarañá, a varios kilómetros del asentamiento timbú.
Los caracarás, sentían un gran respeto por su río, y tanto ellos como los timbúes lo consideraban una creación sobrenatural, pues veían en él la particularidad de exhibir una osadía y empuje que no tenían otras vías acuáticas. Se sentían contagiados de ese poder agresivo y sostenido que hacía al río deslizarse, venciendo los obstáculos de la naturaleza, para poder llegar a su desembocadura, en un esfuerzo para ellos inexplicable.
En definitiva los naturales que ocupan la región eran los los timbúes, caracarás y corondas, aborígenes pámpidos de la nación chaná, permanentemente molestados por los guaraníes que vivían enquistados en su territorio.


LOS 823 DIAS DEL FUERTE SANCTI SPIRITUS
Amadeo P. Soler

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ALONSO DE SANTA CRUZ (el cartógrafo de las Malvinas)

Para medir su fama con una síntesis sería suficiente: Marino y cosmógrafo español del siglo XVI, nacido probablemente en Sevilla. En 1525 formó parte de la expedición de Sebastián Gaboto y en 1536 obtuvo la plaza de cosmógrafo de la Casa de Contratación de Sevilla. Fue el primero en trazar cartas esféricas por el sistema de proyecciones polares equidistantes (1540) según acredita en su “Libro de las longitudes”. Trazó numerosos mapas y dejó otras notables obras como el “Libro de Astronomía”, “Crónica del Emperador Carlos V”, etc.
Alonso de Santa Cruz merece mucho más que esta ligera glosa. Conozcámoslo mejor.
La expedición de Sebastián Gaboto, contrariamente a otras, fue formada en su mayoría por personas ilustradas. No hubo necesidad de reclutar analfabetos y delincuentes, en sacar condenados de las cárceles. Quien vino con Gaboto se embarcó por selección especial que hizo el Veneciano o por recomendaciones de la Reina, del Rey y de personajes influyentes de la Corte o de la Administración española.
Por otra parte, las notabilidades que pusieron dineros para explorar el nuevo mundo lo hicieron con riesgos personales, pues casi todos se embarcaron para vigilar que se hacía con los ducados y maravedíes.
Don Francisco de Santa Cruz y su esposa doña María de Villalpando tenían una pequeña fortuna en Sevilla, de donde eran vecinos.
Don Francisco fue designado diputado para el despacho de la armada de Sebastián Gaboto y su aporte fue el mayor del de todos los armadores, a excepción del del Rey.
Puso 1.127.461 maravedíes y más aún, se le confirió licencia para repartir sueldos. entre los armadores y atender a su pago, pues faltaba dinero para el despacho de las naves (1).
Necesitaba controlar tamaña inversión y en su nombre y en el de otros colegas, hizo participar del viaje a su hijo Alonso, mientras él quedaba en Sevilla junto con otros dos que tenía en ese entonces, Beatriz y Bernardino, este último muy estudioso, tanto que como consecuencia de ello perdió el uso de la razón.
Alonso era un joven ilustrado que cursó estudios desde muy niño, 1512, en la Universidad de Salamanca y hasta muy poco antes de su designación.
Recayó en él el nombramiento de Veedor en la “Santa María del Espinar” capitaneada por Gregorio Caro. Por su contribución con trabajo personal se le reconocerían veinte mil maravedíes de sueldo y su función era representar a los armadores.
En sus veinte años de vida nunca había navegado o si lo hizo la práctica fue en aguas tranquilas. Aparentemente la navegación no le asentaba pues durante todo el viaje estuvo enfermo.
A la llegada a Las Palmas, adoleciendo de una pierna, estuvo recluído por esa razón en una posada, previa solicitud de licencia para bajar. Durante el tiempo que permaneció en cama lo fueron a visitar sus compañeros Rojas, Méndez, Rodas, Brine y Rivas, quienes eran los que justamente en el monasterio San Pablo de Sevilla, se hicieron juramento solemne ante un ara consagrada de tenerse hermandad los unos con los otros y lo que al uno tocase, que tocase a todos los demás (2).
Sebastián Gaboto no miraba con buenos ojos esa relación de Santa Cruz con los nombrados, pues éstos se habían puesto en pugna con algunas decisiones del Capitán General. Martín Méndez, por ejemplo, que tenía reservado el oficio de Teniente del Capitán General se sentía desplazado, pues Gaboto quería nombrar en su lugar a su amigo el catalán Miguel de Rifos. Era tan notoria esta intención que el propio Rifos se hacía escribir cartas dirigidas “al señor Miguel Rifos, teniente de Capitán General de la Annada que va a Maluco, Tarsis y Ofir”. Es imaginable el celo que levantó esto en Méndez al tener conocimiento.
Sin embargo, las arremetidas de Gaboto iban contra los conjurados, pero no hacia Alonso de Santa Cruz, a quien consideraba en una forma muy especial debido a ser económicamente poderoso y muy ilustrado. En el transcurso de la navegación Santa Cruz persistía en sus relaciones con quienes habían caído en desgracia y evitaba recostarse del lado del Capitán General. Igual actitud adoptó al llegar a Pernambuco, cuando Sebastián Gaboto comenzó a insinuar su idea de desobedecer al Rey e ir en busca de las riquezas que los portugueses le habían contado que existían en el río de Solís.
Para concretar sus propósitos el Veneciano convocó a platicar a sus capitanes y a los representantes de los armadores, pero no citó a Alonso de Santa Cruz por temor de que éste se opusiese, como en verdad lo hizo Francisco de Rojas en nombre de sus amigos circundantes en el sentido de que no apoyaba la desobediencia en que se iba a incurrir. Empero, la mayoría de los presentes aprobaron la pretensión de Gaboto y las lanzas quedaron rotas entre los oponentes.
Esta votación fue desventurada para Francisco de Rojas y, su mala fortuna se vio apresurada cuando discutió violentamente con un despensero, pretexto que le movió a Gaboto para hacerlo prender. Coincidía esta privación de la libertad con el hecho de que el capitán Méndez también estaba preso a bordo, mientras que el otro conjurado, Miguel de Rodas, era condenado porque en una noche oscura no había querido prender el farol de orientación de su nave y en otra ocasión se negó a amainar las velas.
Alonso de Santa Cruz, espectador de estos sucesos, no aceptaba tan drásticos procedimientos pero tampoco se ponía en situación agresiva. Ayudaba sí, a los procesados, en especial a Méndez, para quien redactó un requerimiento dirigido a Gaboto a fin de que éste le dijese el motivo de su prisión y le pedía la restitución de su honra y fama, por no haber hecho cosa alguna contra el servicio del Rey.
El escrito, dirigido al muy magnífico señor Sebastián Gaboto muestra a un Santa Cruz ilustrado y de gran equilibrio; pero no tuvo el éxito esperado: sus amigos Rojas, Rodas y Méndez fueron abandonados a su suerte el 15 de febrero de 1527 en una isla con unas botas de vino, ciertos quintales de bizcochos, alguna pólvora de lombarda y otras cosas que pidieron, con más toda su ropa y rescates (3).
Su ocupación como defensor de una causa que perdió junto con sus amigos, le hizo pensar, con sus 20 años de edad, que sería prudente para salvaguardar los intereses de su padre, interesarse más en la náutica y cosmografía para lo cual tenía aptitudes.
Se concentró, pues, en la observación de la navegación, precisando la ubicación de muchas islas. Anotó profijamente en sus cuadernos, aprovechando el tiempo de su estadía en Santa Catalina, todos los datos necesarios para confeccionar su “Islario” que siglos después aprovecharía Harrise, e inclusive anteriormente Oviedo para aclarar sobre las islas Martín García y San Lázaro.
Cuando llegó la armada al río Carcarañá, Alonso de Santa Cruz estaba muy enfermo. Su salud se había resentido considerablemente. Una de las primeras casas de paja que se construyó en Sancti Spiritus fue destinada a su albergue de reposo, curación y cuidado.
Fue el huésped más consecuente de Puerto Gaboto pues permaneció en su rancho durante toda la vida del Fuerte.
Sebastián Gaboto usó de él para concentrar la información recogida en sus apuntes cartográficos y seguramente Santa Cruz debe haber producido una considerable cantidad de croquis, mapas y planos que luego, por propia confesión, se supo fueron perdidos en el incendio de la fortaleza y del poblado.
En sus trabajos fija nombres como el de Ypitin al río Bermejo y cuenta leguas para dar ubicación a ríos, lugares, islas y poblaciones de indios.
Su vida se deslizó en el Carcarañá, apaciblemente, rodeado de un ambiente pródigo para sus pacientes trabajos y elucubraciones. Su presencia en los ranchos y en la ciudadela, no obstante su fragilidad y extrema juventud, da a esa pequeña, heterogénea y peculiar sociedad, un sentido de moderación y de respeto que compensa la alegre y pícara vivacidad de muchos de sus compañeros.
No se puede juzgar exactamente si el mal que lo tenía recluido por temporadas era de orden síquico o físico; pero a través de la distancia se encuentra una mixta explicación, aunque la balanza se inclina hacia lo depresivo. No hay dudas que los viajes le enfermaban. Acaso la navegación no le fuera favorable y provocaba en él un mal de mar recrudecido que desestabilizaba sus otras funciones orgánicas llevándolo aun punto de extenuación física, aunque tampoco los viajes fluviales, de consecuencias más benignas o nulas, tampoco lo atraían.
Antecedentes del otro mal invisible, el de la mente, había en su familia. Su hermano Bernardino, como se dijo, perdió la razón por la lectura, emulando al Quijote. Y ya veremos más adelante que Alonso tuvo en España muchos períodos de reclusión voluntaria que se prolongaban por más de un año, durante los cuales ningún habitante de Sevilla, podía verlo fuera de su casa.
Olvidemos estas debilidades de la mente y retornemos al Santa Cruz de Puerto Gaboto.
En las previsiones adoptadas por Gregorio Caro presagiando un asalto indígena, confió a Alonso la jefatura de la barca, especie de bergantín, amarrada en el río Carcarañá asignándole quince hombres y un lombardero.
Fue un planeamiento teórico pues cuando llegó el momento nada pudo organizar Alonso de Santa Cruz, sorprendido en su rancho por el ataque. Atinó a salir de la posada envuelto en la gritería de los indios se puso al lado del Capitán Gregorio Caro y fue uno de los primeros que llegó a la barca.
Una vez en ella y vista la inaplicabilidad de las instrucciones de defensa que había recibido, saltó a tierra para oponerse a los atacantes, quizás en un impulso y llevado por el ímpetu de salvar el resultado de tantos meses de trabajo; pero ante la imposibilidad de contener la avalancha indígena se tiró al Carcarañá y con el agua hasta la garganta fue subido con dificultad a la embarcación que ya no aceptaba más tripulantes.
Llegó desfalleciente a San Salvador y allí debe haber quedado postrado, pues en la Junta de pareceres convocada por Gaboto no aparece. No era hombre de pelea, pero como se vio, para hacerlo sacó fuerzas de flaquezas. Pasado el momento del desesperado apuro, su humanidad habrá requerido tiempo suficiente para su distensión; más aún, conociendo su condición intelectual, su mente habrá sufrido el choque súbito de la sorpresa que en su perspectiva le hizo decir, algunos años después, ante el historiador Oviedo “que los indios, llevando hachas encendidas, se lanzaron al ataque de la fortaleza en número de más de veinte mil”, exagerando así, con el susto, el número de los asaltantes.
Regresó a España junto con Gaboto en la “Santa María del Espinar” y al pasar por la isla de Sta. Catalina no pudo olvidar a sus amigos Méndez, Rojas y Rodas y pidió a Sebastián Gaboto que tratara de recogerlos, ignorando que tanto Méndez como Rodas habían perecido. Aquellos tres desterrados vivieron en su ostracismo en armonía entre sí, en un principio; pero luego Méndez y Rodas se distanciaron de Francisco de Rojas y escaparon desde el puerto de Los Patos a Santa Catalina en una canoa indígena que zozobró como consecuencia de un fuerte viento.
Llegada la “Santa María del Espinar” a San Vicente, Santa Cruz adquirió cuatro esclavos indios para llevar a España. Una vez en la península, el gran cartógrafo en ciernes fue requerido en informaciones verbales, sumarios y procesos para aclarar muchas incidencias de la expedición y sobre todo cuestiones minuciosas que hacían a su buen recuerdo de nombres y cosas, en virtud de su buena memoria, y más aún por haber sido designado para conservar los libros de la armada, en su calidad de “Tesorero general” según su propia expresión.
Es así que fue preguntado, entre otras cosas, sobre la fecha de salida de la armada de San Lúcar de Barrameda, acerca de la cantidad de hombres que llevaba la armada, referente a una disputa que había tenido Francisco de Rojas con Gonzalo Núñez de Balboa, relativo a un embarque de ocho marineros en Las Palmas, concerniente a una nave francesa avistada en el mar, relacionado con las dificultades que tuvo Diego García de Moguer en Sancti Spiritus, respecto de la cantidad de hombres que dejó Sebastián Gaboto en el Fuerte antes de su partida definitiva, en lo tocante a la profesión y domicilio del piloto Enrique Patimer, referido a la nacionalidad de Antonio Ponce y a la identidad de Melchor Ramírez, atinente a la amistad de Rifos con Gaboto y vinculado con otros detalles de la expedición.
Todas fueron preguntas no litigiosas. Sin embargo, Santa Cruz en vez de limitarse a responder con un sí o un no cuando así se le pedía, solía aprovechar la coyuntura para expresar su antipatía contra Sebastián Gaboto, deslizando algunas opiniones críticas sobre determinados asuntos.
Su trabajo como expedicionario no le dio tanta gloria como sus estudios y publicaciones cosmográficas, que empiezan a florecer poco tiempo después de su regreso a España y ya instalado en casa de sus padres.
Por lo que se verá en seguida, Puerto Gaboto puede vanagloriarse de haber cobijado en su seno a un extraordinario intelectual. Así como Francisco César fue el desideratum del guerrero, Alonso de Santa Cruz debe anotarse como elemento válido para rendir homenaje a la intelectualidad.
No fue filósofo pero trasladó del latín a romance castellano todo lo que Aristóteles escribió de la filosofía, moral, ética, política y económía, con una glosa suya para entender bien las partes oscuras del texto traducido.
No fue historiador, pero fue el primero que hizo el historial de los Reyes Católicos desde el año 1490 hasta que el Rey Católico murió y además redactó la crónica de Carlos V a contar de los dieciséis abuelos.
No fue escritor, pero a través de sus trabajos dejó en claro y en buen estilo la descripción de los puertos, de las islas, de las costas y de la tierra adentro.
No fue astrólogo, pero escribió un libro de astrología como el del historiador griego del siglo II don Pedro Apiano con el fin de predecir por los astros el porvenir, con sus ilustraciones para que el Rey lo entendiese.
No fue botánico, pero tuvo hecho libros sobre ciencias naturales, describiendo árboles comunes y árboles de linaje y otras cosas sobre especies vegetales de mucho primor.
No fue poeta, pero en su contacto con los misterios del universo, llámense estrellas, reinos ignorados, mareas y longitudes, sintetizó con sus trazos la más hermosa poesía de la naturaleza.
Ese fue el hombre, que pálido y desencajado por sus raras dolencias estuvo tirado en un camastro en uno de los veinte ranchos de Gaboto, situados en la Alameda del río Carcarañá, donde muchas veces habrá paseado su convalecencia. Razón tiene la Academia Nacional de la Historia al considerar ese lugar “como parte del área en que funcionó el Fuerte Sancti Spiritus” porque ella, entre otras cosas, sirvió “aun para paseo de los primeros pobladores del territorio argentino” (4).
Acaso buena parte de los estudios que acabamos de detallar habrán sido elaborados en su mente en la quietud de su casa de paja, en las largas noches de vigilia provocadas por su eterna recuperación y apuntados en papeles que se hicieron humo con el fuego indígena, a la luz del candil, nutrido con el aceite de los sábalos que el lugar prodigaba abundantemente.
Y si el timbú no quiso que se llevase sus escritos y los incendió con sus flechas ígneas, el ejercicio de la escritura habrá servido para fijar en el intelecto del sabio las huellas necesarias para reproducirlos,
Muy presente habrá tenido Alonso sus observaciones realizadas en Sancti Spiritus para ofrecer a su muy alto y poderoso señor el Rey sus conocimientos acerca de las condiciones y manera de vivir de los indios y cristianos que en aquella población residían, con el único propósito de que se tuviesen noticias si algunas causas eran justas y lícitas y les sirviesen al soberano como antecedente para aplicar a sus gobernados.
Lástima que estas observaciones no han sido encontradas, pero existieron, pues en un informe que Santa Cruz hizo al marqués de Mondexar, Presidente del Consejo de Indias le dice haber puesto “por escrito las cosas notables de la tierra” en un extenso memorial, que de seguro hubiera servido para complementar las interesantes crónicas de Luis Ramírez. Curioso hubiese sido conocer además el asesoramiento brindado en esa comunicación al Rey, acerca de la instalación de fortalezas para estar más seguros los puertos de algunos ríos (5), no obstante la singular experiencia pasada con el suyo. La lectura de este trabajo hubiese servido para profundizar la vida de los conquistadores en Sancti Spiritus, ya que Santa Cruz no estuvo ni pudo recibir impresiones de otro lado.
Ya en 1535 la Corona lo empezó a tener en cuenta para ciertos trabajos de investigación y es designado junto con su ex jefe Sebastián Gaboto, Francisco Falero y Fernando Colón, el segundo hijo del descubridor de América, para examinar ciertos instrumentos necesarios para la navegación de las Indias. Al año siguiente, 1536, Santa Cruz es nombrado cosmógrafo de la Reina y Gaboto es notificado que “para hacer las dichas cartas e instrumentos” debía llamar a su ex tesorero para examinar juntos y no debía hacer nada sin su conformidad. Rudo golpe para Sebastián Gaboto. Por otra parte, la Reina había encargado a Alonso la construcción de una carta de navegar.
El nombramiento de cosmógrafo no le fue conferido a título graciable sino por información de sus conocimientos, tales como el de haber creado cartas e instrumentos “que hasta ahora no se han hallado ni hecho por persona alguna” (6) tal como “para tomarse la altura del sol a cualquier hora” y “la del norte muy más precisamente”, “para las cosas de la longitud”, “relojes generales para poderse servir de ellos do quiera que se hallaren”, “para navegar sin otra cosa que los relojes, su carta y aguja”, etc.
Simultáneamente, la Reina obliga a todos los pilotos que vinieren de Indias den relación a Santa Cruz de todo lo que éste les pidiese, lo que lo convirtió en pieza muy importante de la organización de la navegación del nuevo mundo, pasando por encima del Piloto Mayor del Reino.
Veinte años trabaja Alonso de Santa Cruz ejerciendo su función de cartógrafo con importantes trabajos de su especialidad y alternando su actividad con otras ciencias, como ya hemos visto.
Pero, cansado de la monotonía en que se sometió deliberadamente y con el propósito de ampliar sus servicios al Rey en cosas de más relevancia para su persona, suplica en interminables cartas, que se le confieran otras tareas. Señala los servicios que ha prestado a la Corona y a “Vuestra Majestad” y como consecuencia le solicita algunas mercedes, como que lo mande a Sevilla, su tierra, para poder trabajar allí en un ambiente más propicio que la Corte y poder ser miembro del Consejo de Indias para el aprovechamiento de sus conocimientos.
La ilusión de Santa Cruz no se cumplió, aunque el Rey lo consideró residente de Sevilla y le aumentó la remuneración por sus servicios, con la condición de permanecer en la Corte sin hacer ausencia de ella sin expresa licencia.
Pudo tener la fortuna de haber sido designado Piloto Mayor del Reino en 1566 pues el Rey ya había dispuesto darle “cien mil maravedíes de salario” que consumía Sebastián Gaboto en ese cargo, y nombrarlo en ese oficio- pero luego se resolvió de “que no hay al presente la necesidad de proveer el dicho oficio de persona alguna” (7).
Santa Cruz siguió prestando sus servicios a la Corona por poco tiempo más y el 9 de noviembre de 1567: “Sic transit gloria mundi”.
El mancebo de viente años que concibió su porvenir en Puerto Gaboto, que encontró allí reposo para su fatiga, que habrá meditado cien veces a la sombra de los algarrobos, de los chañares y de los sauces del lugar, tuvo gloria en la madurez de su vida entre sus contemporáneos europeos y entre los navegantes que se inclinaron sobre sus cartas salvadoras de muchas vidas en el mar.
Es poco lo que hemos dicho de sus trabajos no obstante que con ello ya pudo hacerse célebre. Ampliaremos diciendo que hizo una traza de España, corrigió las cartas antiguas, hizo cartas de marear por alturas y por derrotas, confeccionó instrumentos para atender la cosmografía, trajo en plano un globo terráqueo, abierto por los meridianos, para conocer la proporción que tiene lo redondo a lo plano; abrió otro por el equinoccial quedando los polos en medio; cortó dos por los polos: uno por el meridiano de Ptolomeo y otro por la línea de repartición entre Castilla y Portugal; llevó al plano otros globos terráqueos con distintas características; aumentó los corazones de Vernerio y Orontio(figuras de astronomía), etc. y fue calificado por Nicolás Antonio “Mathematicarum Omniun Artiun peritissimus”, y por Oviedo como “hombre principal de la Armada de Gaboto de entero crédito y honra”.
Taciturno y concentrado durante toda la vida, su única pretensión era la de trascender la multitud de conocimientos que interionnente había elaborado para servir a su Rey.
En vano suplicaba como “humilde o menor criado de Vuestra Majestad que sus reales pies y manos besa”; en vano deseaba que “Nuestro Señor, la sacra y católica persona de V.M. guarde, y prospere con aumento de muchos más reinos y señoríos”; en vano le hacía notar su sacrificio de trabajar para el Rey “aunque hará un año que todo se me ha ido en dolencias y melancolías y otros trabajos que Dios me ha querido dar y estoy al presente muy flaco en el cuerpo y con gota y sin riqueza” (8).
Se adivinaba en él una desesperación por sobreponerse de sus males siquicos y somáticos inciados en el enclaustramiento de Sancti Spiritus en 1527-29, en sus anteriores vicisitudes de salud cuando niño o muchacho en Salamanca, prolongados a los cincuenta años en Sevilla al decir del Dr. Hernán Pérez cuando desde dicha ciudad propugnaba ante el Rey el nombramiento de un piloto mayor: “un Santa Cruz está aquí, al cual yo no he visto después de aquí vine y antes se me ha agraviado mucho porque lo envié a mandar que asistiese a los exámenes de los pilotos, porque dice que está muy ocupado en hacer ciertas obras que S.M. le ha mandado”. “Según me dicen no hay hombre en esta ciudad de que de un año y aun más a esta parte lo haya visto fuera de su casa; dicen que tiene la condición tan extraña que tenien no le acontezca lo de un hermano suyo, que por tener parte de esa condición, se le ha levantado el juicio” (9).
iPobre Alonso de Santa Cruz! No queremos prejuzgar si la falta de cumplimiento que le atribuye el Dr. Pérez sea motivo de un engaño, sino que nos inclinamos a creer que su reclusión fue una consecuencia del agobio que pesaba sobre él, que ése era su método en la vida para traducir en trabajos la multitud de ideas que bullían en su cerebro, y pensamos que la extraña condición que le podía llevar a la locura es una posibilidad que también podría producirse.
“Después de la gloria el olvido”. Así ocurrió con Alonso, el jovenzuelo de Sancti Spiritus, que hace siglos fue nuestro huésped, cuya presencia nosotros queremos traer a la memoria de las actuales y venideras generaciones gaboteras para recordar que nuestra tierra, hospitalaria por naturaleza, lo acogió entre los suyos.
Y con toda la fuerza de nuestro corazón lo elevamos a la consideración de todos los argentinos para que sepan que Alonso de Santa Cruz fue uno de los primeros que atribuyó a los territorios de España -nuestros territorios por herencia- un minúsculo punto en su mapa de 1541, que representa las irredentas islas Malvinas, usurpadas siglos más tarde por el invasor irracional, que atrapó el territorio insular con su soberbia, olvidando deliberadamente el aserto de nuestro glorioso huéped que lo fijó en su “Islario General” al oriente del puerto de San Julián y a la altura del paralelo 51.

Notas

(1) Medina, José Toribio: “El Veneciano Sebastián Gaboto...-. Santiago de Chile, 1908, Tomo 1, pág. 85.
(2) Ibidem, pág. 98.
(3) Ibidem, pág. 156.
(4) Academia Nacional de la Historia. Acta No. 1058 del 13 de julio de 1982.
(5) Medina, José Toribio: Obra citada, Tomo 1. pág. 349.
(6) Ibidem, Pág. 342.
(7) Ibidem, Pág, 352.
(8) Ibidem, pág. 316.
(9) Ibidem, Pág. 399.

AMADEO P. SOLER
Los Gloriosos Huéspedes
de Puerto Gaboto


ALONSO DE SANTA CRUZ (Sevilla, 1505-1567)
Nacido en un ambiente acomodado, obtuvo una educación completa, tanto en la ciencia como en los clásicos, en historia y literatura de su tiempo. Su padre, activo armador de barcos para viajes de ultramar, fue alcalde del Alcázar de Sevilla. Entre 1526 y 1530 Alonso, con 20 años, se apunta como tesorero y tenedor de libros del viaje de Sebastián Caboto en busca de una ruta más corta hacia el Pacífico, en busca de Ofir y Tarsis. Conoció bien las costas americanas, inlcuído el golfo de México. Mostró pericia en la construcción de instrumentos y cartas marinas y regresó convertido en un experimentado cosmógrafo. Fue invitado a la junta para preparar otro viaje de exploración, con Hernando Colón, Francisco Faleiro y Caboto. Colaboró con el diseño de ins-trumentos y mapas para el viaje que debía realizar Gaspar Revelo y que no se llegó a realizar. Pero Santa Cruz estaba considerado entre los primeros expertos consejeros para el Consejo de Indias.
Entre 1537 y 1539 permaneció en la Corte, donde conversó con el emperador sorbre materias de filosofía, astronomía y cosmografía, entreteneiendo, según parece, al monarca que sufría uno de sus ataques de gota. Ganó prestigio y fama, y nombramientos administrativos pagados irregularmente a lo largo de su vida, como se ve por las reclamaciones. En 1540 parece que se apartó de la Corte y realizó una serie de viajes. En Lisboa trabó relación con Joâo de Castro, cartógrafo y cosmógrafo de gran experiencia en las Indias Orientales, que se comportó de forma muy abierta con él. Trabajó como historiador, realizando
Crónicas de los Reyes Católicos (1490-1516) y de Carlos V (hasta 1551). En 1554 fue llamado a la Corte para la Junta que debía examinar un instrumento presentado por Petrus Apianus para el problema de medir las longitudes en el mar. Probó que era igual a uno diseñado por él mismo. Instruyó al futuro Felipe II en filosofía moral, escribiendo un ABCdario virtuoso y construyendo astrolabios, cuadrantes y brújulas. Ofreció muchos memoriales y servicios al Consejo de Indias, pero nunca solicitó nada. Sus bienes pasaron a disposición del cosmógrafo del Consejo de Indias, López de Velasco. Dejó una inapreciable colección de trabajos que se han perdido en su mayor parte. Se conservan: mapas, cartas de marear y textos. Hay 218 piezas cartográficas.
Su
Islario General, del que quedaron cuatro manuscritos fue publicado en 1918. El Libro de las longitudes se publicó en 1921. Santa Cruz señaló algo muy imortante, que sólo medidas exactas del tiempo podían resolver el problema de la medición de las longitudes, problema crucial para la navegación que no se solucionó hasta que en el siglo XVIII se comenzaron a fabricar relojes mecánicos.
Además de muchos otros instrumentos, Santa Cruz inventó un método empírico para la proyección y trazado de los mapas.


Islario general de todas las islas del mundo. (1560)


Primer atlas manuscrito sobre papel. Portada.


El Islario es la obra magna del cosmógrafo sevillano Alonso de Santa Cruz. Se inició en época del emperador Carlos V y se terminó en la de su hijo Felipe II, a quien está dedicada. Como se aprecia claramente en la portada, el nombre de Alonso de Santa Cruz ha sido raspado y figura como autor Andrés García de Céspedes, y la dedicatoria de la obra es a Felipe III. La falsedad de esta atribución queda patente en el manuscrito en el que los textos apócrifos se han superpuesto a los originales. En el Islario se utiliza por primera vez el papel en lugar del pergamino, que era el soporte más común para este tipo de cartas. El trazado de los mapas es más funcional, cuidando menos la estética que en los portulanos medievales. El atlas está compuesto por ciento once mapas que representan las islas y penínsulas del mundo y muestran todos los descubrimientos realizados desde el siglo XV hasta mediados del XVI. Las cartas incluyen escala de latitudes y algunas también de longitudes, llevan troncos de leguas con escalas variadas y están orientadas con flores de lis. En relación con la datación de la obra, por las fechas que aparecen en los textos descriptivos de las islas y por diferentes estudios como los llevados a cabo por los profesores Wieser y Cuesta, los mapas se realizaron en la cuarta década del siglo XVI, hacia 1539, y el trabajo fue terminado hacia el año 1560. La obra comienza con una carta del autor dirigida al rey, en la que justifica su trabajo y explica diversos conceptos geográficos. Precede a los mapas una «Breve introducción de la Sphera» en la que Santa Cruz hace una descripción cosmográfica, ilustrada con catorce figuras astronómicas. El Islario general propiamente dicho está compuesto de cuatro partes: la primera referida al Atlántico Norte; la segunda, al Mediterráneo y su entorno; la tercera, a África y el océano Índico, y la cuarta y última está dedicada al Nuevo Mundo. Es muy probable que el Islario general fuera parte de una Geografía Universal que Santa Cruz no llegó a terminar. Alonso de Santa Cruz (1505-1567), cosmógrafo de la escuela sevillana, fue una de las figuras más representativas de la Casa de Contratación. Uno de los primeros trabajos que realizó fue la formación de cartas esféricas del Nuevo Mundo. Escribió diversas obras de cosmografía, como el Libro de las longitudes; de geografía, como el Islario, o de carácter histórico, como la Crónica de los Reyes Católicos o la Crónica de Carlos V.


ALONSO DE SANTA CRUZ,
HUESPED DEL FUERTE SANCTI SPIRITUS

Alonso de Santa Cruz formó parte de la expedición de Sebastián Gaboto como tesorero y tenedor de libros siendo un joven de 21 años. Vivió casi los 823 días de existencia del fuerte Sancti Spiritus en una de las veinte viviendas d la población en torno al fuerte. Conoció en persona las costumbres de los aborígenes, la geografía, la fauna y flora de la región de los grandes ríos. Lo que hacen más valiosos sus aportes cartográficos y descriptivos de la región reflejados en su obra magna, el Islario General, escrita es España en su madurez.
De la cuarta y última parte del mismo, dedicada al Nuevo Mundo se destacan tres valiosísimos mapas y la relación referida a la región (manuscrito).

Antes de entrar en el Río de la Plata hay cuatro o cinco isletas las cuales van puestas, levante aponiente, unas en pos de otras, apartadas por una y media legua, que se llaman islas de Rodrigo Alvarez, por las heber descubierto un Piloto que con nosotros llevabamos dicho así; al Austro de estas hay otras dichas de Cristobal Jacques, que era un portugués llamado así que las descubrió veniendo a este río por Capitán de un carabela desde la costa del Brasil, a fama del oro que decía haber en él; junto al cabo de Santa María, ques a la entrada del río, está una isla dicha de los Lobos, por haber en ella muchos lobos marinos; es isla desierta y sin agua; dentro del Río de la Plata hay gran número de islas grandes y pequeñas, todas las más despobladas por ser bajas y cada año cúbrelas en río en las avenidas que trae, aunque en los veranos algunas de éstas se habitan por causa de las sementeras que en ellas tienen los indios, y muchas pesquerías demuy grandes y buenos pescados; son todas de mucha arboleda, aunque loss árboles de poco provecho, porque ni son para el fuego y para chozas que los indios hacen, para otras cosa no son; hay muchas palmas grandes y pequeñas; en algunas de estas islas hay onzasy tigres que pasan del continente a ellas y muchos venados y puercos de agua, aunque no de tan buen sabor como los de España; hay muchos ánades, muchas garzas, que hay islas de tres y cuatro leguas de largo y más de una de ancho que los árboles están llenos de ellas, muchos papagayos que van de pasada; péscase alrededor de ellas muchos y diversos pescados y los mejores que hay en mundo, que creo yo provenir de la bondad del agua que es aventajada a todas las que yo he visto; el más común que se pesca en él, de que hay más cantidad, es uno que llaman quimibataes que son como sábalos en España y más sanos y de mejor sabor. Hay otros piraines que son muchos más grandes, y bogas y rayas y otras a maneras de salmones y otros pequeños de extremedo sabor, los cuales guardan los indios para el invierno sin los salar porque no alcanzan sal, sino abrirlos por medio a la larga y poníndolos al sol hasta que estén secos y cuélganlos en unas casas y después al humo, donde se tornan acurtir más y de esta manera los tienen de un año para otro, y lo mismo hacen de la carne. Tienen mucho maíz, no se dan en las islas ni continente yucas ni ages ni batatas por ser del tierra fría, sino es más de doscientas leguas de la boca del río, que torna a volver en altura la provincia de los Patos, donde se cría todo lo sobredicho. Es este río uno de los mayores y mejores del mundo y según información de los indios viene de muy lejos, aunque por lo que vimos lo podemos afirmar, porque de boca tiene treinta leguas y se va disminuyendo hasta catorce.Entran en este río muchos otros y entre ellos uno muy grande dicho Uruguay, el cual tiebe muchas islas aunque deshabitadas y pequeñas, porque el río principal que los indios llaman Paraná, que quiere decir mar grande, tiene las islas mucho mayores, porque las hay de a tres y cuatro y seis y doce leguas de largo y doy y tres y más de ancho. Algunas tienen nombres de los mayorales e indios que siembran en ellas. Tiene el río Paraná de ancho hasta siete y cinco y tres leguas, y el de Uruguay dos y una y media. Está la boca de este río de la Plata desde treinta e cinco a treinta e siete grados, pero pasadas cien leguas de él torna a volver al norte por más de doscientas, de la cuales nosotros subimos por él más de las ciento y tuvimos legua que había más otras tantas hasta su origen y nacimiento. (Alonso de Santa Cruz. Islas junto a la provincia del Río de la Plata).


CARTOGRAFIA

Realmente valiosas son las cartas (mapas) que componen el Islario General de Alonso de Santa Cruz. Por primera vez se utilizó el papel y se abandonó el pergamino como sorporte para la cartografía universal, dando las bases teóricas para el avance en el diseño y contrucción de las mismas, con una estética muy lograda (verdaderas pinturas), e información completa para la época.

En el siguiente mapa de Améica del Sur, se destacan de norte a sur las Provincias de Nueva Andalucía, Perú, Nueva Toledo, Río la Plata y del Estrecho de Magallanes.
En la Provincia del Río de la Plata, se destaca la representación de la geografía de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay.


Detalle de la Provincia del Río de la Plata, donde se observa la representación del Fuerte Sancti Spiritus (remarcada), donde Alonso de Santa Cruz vivió durante más de dos años, sobreviviendo al ataque que lo destruyó. También la designación de EL GRAN RIO PARANA, con sus innumerable islas.

Alonso de Santa Cruz (junto con Diego de Ribero) fue uno de los primeros que atribuyó a los territorios de España -nuestros territorios por herencia- un minúsculo punto en su mapa de 1541, que representa las irredentas islas Malvinas (islas Sanson). Lo fijó en su “Islario General” al oriente del puerto de San Julián y a la altura del paralelo 51.