martes, 9 de enero de 2007
LUCIA MIRANDA (el primer romance de amor indoamericano)
Vamos a intentar un análisis de la heroína de RUI DIAZ DE GUZMAN, desde un punto de vista medular, antes de considerarla como la gloriosa, delicada y hermosa huésped de Puerto Gaboto. Nosotros la tenemos como un símbolo de la mujer hispana que palpitó en esta tierra, rodeada de rudos caballeros y capitanes y amada a la distancia primero y luego en el interior de la floresta por los caciques de la comarca de Sancti Spiritus.
Su presencia «inspiró medianamente a dos o tres poetas» según la opinión de PAUL GROUSSAC. Y esa medianía en la convocatoria del estro y de la Musa, sin decir quienes fueron los inspirados, quiso alcanzar a nuestro juicio a MANUEL JOSE DE LABARDEN, MIGUEL ORTEGA y JUAN MARIA GUTIERREZ ... No deseamos identificar a los otros que vinieron después, poetas y prosistas, porque los haría entrar en la señe de aquéllos entre quienes «el famoso invento de RUI DIAZ DE GUZMAN sigue en pleno siglo XX estimulando deplorablemente la brocha gorda de muchos embaucadores».
No traemos esta referencia de GROUSSAC por sentirnos involucrados en el último epíteto de su cáustica crítica, porque en una ocasión hicimos uso de «la brocha gorda» para cantarle a LUCIA MIRANDA (1), sino porque indirectamente se infiere una desconsideración a personajes cumbres de la literatura universal y americanaque se inspiraron para algunas obras en el famoso episodio de la protagonista de Sancti Spiritus.
En el siglo XVI recibimos la visita de Sebastián Gaboto, cuyos hechos repercutieron en el mundo entero. A principios del siglo XVII tuvimos el privilegio de disfrutar de la presencia inmaterial de un numen. Flotó sobre Puerto Gaboto un halo que acicateó el estro del más notable poeta dramático inglés, GUILLERMO SHAKESPEARE.
En efecto, en las postrimerías de la vida del dramaturgo, que se agotó en el año 1616 éste dio a luz, en 1611 su obra titulada «La tempestad».
No es el preciso argumento de la historia o mito de LUCIA MIRANDA, el que campea en el drama, sino que el hecho real llevado a cabo por SEBASTIAN GABOTO entre 1526 y 1529 dio a SHAKESPEARE los elementos fundamentales para tejer su ama. El plan, al parecer, fue tomado de una obra de ANTONIO DE ESLAVA (1609), «Historia de Nicéforo y Dardano - Noches de inviemo».
El escenario elegido es la tierra americana y el origen español de los personajes le otorga al escrito una extraordinaria similitud con la gesta caboteana, sin desconocer la influencia que hubiese podido tener en algunos nombres los «Viajes de Magallanes» de PIGAFFETTA.
Los actores que guardan equivalencia en su designación son: ALFONSO (ALONSO), FERNANDO, SEBASTIAN, ANTONIO, GONZALO, ADRIANO, FRANCISCO y la MIRANDA. Especialmente esta última da un contacto más decisivo con el Fuerte Sancti Spiritus y la seguridad de que SHAKESPEARE debió conocer algunas «Relaciones» del siglo XVI antes que los escritos de RUI DIAZ DE GUZMAN.
Otros personajes comunes lo son un capitán de buque, un piloto y los marineros que, como es lógico, no faltaron en la expedición castellana.
Encontramos muy pocos nombres extraños, como PROSPERO, ESTEBAN y ARIEL, en los cuales no identificarnos a compañeros notables de la armada conquistadora; pero uno de ellos, CALIBAN, nos da la pauta que SHAKESPEARE estaba pensando en un indio o cacique americano que podría ser MANGORE, SIRIPO, YAGUARI u otro, aunque CALIBAN sea un íncubo e invoque a algún ángel malo de origen patagónico (indios onas) cuando exclama:
«Oh, Setebos, qué espíritus tan bellos!»
No está dentro del marco de este trabajo entrar en muchos detalles; pero para probar la similitud de los hechos, veamos qué ocurre en el principio del drama shakespereano.
La escena se desenvuelve en un barco: puede ser la nave capitana «Santa María de la Concepción» donde viaja ALFONSO, rey de Nápoles. Tiene pues la expedición carácter peninsular, como que SEBASTIAN GABOTO era veneciano y llevaba en la tripulación paisanos suyos, genoveses y napolitanos.
El nombre ALFONSO o ALONSO es uno de los más numerosos de la tripulación de GABOTO y reina sobre los demás: ALONSO BUENO, ALONSO PERAZA, ALONSO DE BUSTAMANTE, ALONSO PEREZ DE ASTURIAS, ALONSO DE ESPINOSA, ALONSO DE SAN PEDRO, ALONSO FERNANDEZ DE LA PLAMA, ALONSO DE SANTA CRUZ, ALONSO GALLEGO, ALONSO DE VALDIVIESO, etc. No es de extrañar, pues que el rey se llamase ALFONSO.
SEBASTIAN es un hermano y puede identificar al Capitán General SEBASTIAN GABOTO, sin descartar a SEBASTIAN HURTADO, esposo en «La Argentina» de DIAZ DE GUZMAN de LUCIA MIRANDA.
FERNANDO (HERNANDO), el hijo del rey ALFONSO, pudo haber sido tomado de HERNANDO DE ALCAZAR o HERNANDO DE MOLINA (ambos médicos), de HERNANDO DE ESQUIVEL, IHERNANDO DE AVILES o más concretamente de FERNANDO CALDERON, ilustre tesorero de la nave capitana.
El nombre de ANTONIO pudo venir de ANTONIO CORZO, ANTONIO PISAN DE LIPAR o de los más conspicuos Capitán ANTONIO DE MONTOYA o ANTONIO PONCE.
GONZALO, como consejero, derivaría de GONZALO DE SALAZAR, GONZALO NUÑEZ DE BALBOA o GONZALO DE SAN PEDRO que viajaban en la misma nave que GABOTO.
ADRIANO es equivalente a ADRIAN DE RAMUA.
FRANCISCO tiene homónimos famosos como FRANCISCO CESAR, el padre FRANCISCO GARCIA y una docena más de FRANCISCO.
Pero lo más notable es que el personaje femenino se llame MIRANDA (podría llamarse LUCIA a secas sin necesidad de poner el apellido).
La acción empieza con una tempestad que abate al navío (la «Santa María de la Concepción» de GABOTO naufragó en la costa del Brasil). Los personajes se refugian en una isla (puede ser la isla Santa Catalina). El dueño de esa isla es el indio CALIBAN (probablemente caníbal).
La figura del Rey desaparece en seguida y no se le ve luego en los diálogos, lo que hace pensar de que fue puesto en la obra para jerarquizarla de entrada.
Luego viene la oposición de los lugares y puede interpretarse la isla del Atlántico como imaginada en el Paraná, más precisamente en el Fuerte Sancti Spiritus y el íncubo, dueño de la región, MANGORE, aunque éste haya sido un verdadero cacique, no canibal.
No se crea que, en general, estas conclusiones son el producto de nuestra opinión personal. Otros vieron antes la similitud. Así, la hemos leído en «La Tempestad en el río Paraná» (2) y en el estudio preliminar de las obras completas de WILLIAM SHAKESPEARE escrito por LUIS ASTRANA MARIN donde se revela el conocimiento que tuvo el autor del drama, de la existencia de una tal MIRANDA (LUCIA MIRANDA).
Si eso no fuese suficiente para demostra la influencia inspiradora de la tragedia de LUCIA MIRANDA pasemos ala otra orilla del Río de la Plata, para encontrar allí el gran poema sudamericano «Tabaré», escrito por JUAN ZORRELLA DE SAN MARTIN.
No podemos negar que aparece en él cierto paralelismo entre el principal protagonista y nuestro cacique MANGORE. TABARE ya no es el producto auténtico de la tierra como lo es el indio gabotero, sino que reconoce en su origen a una madre blanca, pero su espíritu está incontaminado y su personalidad es la que lo brota de la raza charrúa. Nuestro MANGORE es aborigen hasta la médula de los huesos y ambos se enamoran de una mujer blanca. La vida del uno y del otro transcurre dentro de las luchas y reacciones propias del salvaje y en el momento de la muerte TABARE la recibe de manos del jefe español don GONZALO DE ORGAZ, mientras que MANGORE sucumbe en la lucha con otro jefe, el hipotético capitán NUÑO DE LARA.
Esta es la correlación de ambas ideas inspiradoras; pero en la tradición de LUCIA MIRANDA, que nace con la destrucción del Fuerte Sancti Spiritus asomó por varios siglos la historia pura para esfumarse más tarde en el mito o la leyenda. ZORRILLA DE SAN MARTIN, en cambio, hizo un poema sacado de una realidad telúrica; él sabe que es irreal pero lo siente en su esencia como verdadero y llega a afirmar: «Yo creo fírmemente que las historias de los poetas son, a las veces, más historia que la de los historiadores» (4).
Volviendo a los versos de SHAKESPEARE dijimos que los había escrito en 1611. RUI DIAZ DE GUZMAN escribió casi simultáneamente, un poco después, en 1612, su «Argentina» donde figura el nombre de LUCIA MIRANDA; pero esta obra permaneció inédita durante más de dos siglos.
Nos preguntamos: ¿De dónde tuvo acceso a todos esos nombres el gran dramaturgo inglés? ¿De dónde sacó el apellido de la MIRANDA?
Si no nos hubiera preocupado tanto en «Los 823 días del Fuerte Sancti Spiritus» si lo de LUCIA es historia o leyenda, estos interrogantes no hubiesen aparecido.
Ahora nos queda una duda: ¿Quién inventó a LUCIA MIRANDA; DIAZ DE GUZMAN, SHAKESPEARE o alguna relación perdida de que éste se nutrió? ¿Habrá sido una extraordinaria casualidad? ¿0 verdaderamente hubo una LUCIA MIRANDA en una expedición con naufragio como la de GABOTO? ¿De qué «Relaciones» se nutrió SHAKESPEARE?
Dejemos correr la duda y el tiempo para que otros la investiguen.
Nuestra misión en este momento es ubicar en la gloriosa galería de huéspedes de Puerto Gaboto a la cara LUCIA.
No existen dificultades para implantar su imagen, porque por más que digan los negadores o negativos, hay muchos antecedentes de base, como se sabe, por las referencias difundidas por los sobrevivientes de la expedición de SEBASTIAN GABOTO, con RUY GARCIA DE MOSQUERA y HERNANDO DE RIBERA a la cabeza que en Asunción del Paraguay contaron lo acaecido y por los dichos de la gente de PEDRO DE MENDOZA que se instaló en las cercanías del Fuerte Sancti Spiritus, en Buena Esperaza, diez años después, y que RUI DIAZ DE GUZMAN recogió en «La Argentina».
Creyeron y copiaron la relación de tipo histórico, NICOLAS DE TECHO en 1673 y los padres LOZANO, JOSE GUEVARA, CHARLEVOIX y FUNES que suavizaron los matices del desenlace para hacerlos más acorde con la moral religiosa. Fueron bien intencionados y nadie desmentía la historia en aquellos tiempos, hasta que vinieron los historiadores ortodoxos que seguían aquello «de lo que te digan no creas nada y de lo que veas cree la mitad». Fueron buenos marxistas de la historia y dejaron de lado la tradición oral; pero ésta es implacable, inexorable y severa, y se levanta desde el fondo de los tiempos para confirmar a los «inventores» como DIAZ DE GUZMAN que bebieron de una historia identificada con ciento de coincidencias populares.
La fantasía y la imaginación cuentan también en la vida de los pueblos: el teatro, la literatura y la lírica dan paso al mito cuanto éste es avasallador. No en balde MANUEL JOSE DE LABARDEN en 1813, JUAN OREJON, montevideano, en 1818, MIGUEL ORTEGA en 1864 y JUAN MARIA GUTIERREZ con la reconstrucción del drama, hacen vibrar a los espectadores con la temática concordante de sus obras. No es antojadizo que la novela recoja el interés colectivo y ROSA GUERRA en Buenos Aires, EDUARDA MANSILLA en 1882 y HUGO WAST en 1928 irrumpan en el género novelístico para reflejar imaginativamente lo que la tradición les estaba dictando desde los tiempos de SHAKESPEARE. Y finalmente la ópera «Siripó» de FELIPE BOERO y BAYON HERRERA, año 1937, llega hasta el norte de América para hacer desgranar a otras mentalidades los aplausos por la tragedia vivida en Puerto Gaboto (5).
Esta somera enumeración basta para destacar la importancia argumental del romance de amor y de odio desarrollado en Sancti Spiritus y el carácter principal asignado al hecho histórico, porque los autores estaban convencidos de la realidad y no se paraban en sutilezas.
A esta altura, muchos se preguntarán: pero, ¿cuál es la historia, mito o leyenda de LUCIA MIRANDA, que muy pocos conocemos? Y tienen razón. La difusión está dormida. En la televisión prevalece la promoción de los que fueron grandes caciques en el oeste norteamericano. El pobre MANGORE no se puede sentar a fumar con el indio GERONIMO, porque hay unilateralidad en la programación y muy poca coexistencia entre los naturales americanos.
De la cinematografía, no hablemos, porque hace años que está subsumida.
El argumento originario fue dado en «La Argentina» de RUI DIAZ DE GUZMAN. Puede leerse la versión colombiana en el Diccionario Hispano Americano (6) y la indiana local en el libro «Puerto, Gaboto» (7); pero para la comprensión del asunto, usemos aquí el poder de síntesis que tienen los diccionarios y digamos: «LUCIA MIRANDA: Mujer española que en 1529 se hallaba en territorio argentino con su marido SEBASTIAN HURTADO y despertó el amor de los caciques timbúes MANGORE y SIRIPO. MANGORE atacó a los españoles para raptarla y murió en el ataque. Quedó ella en poder de SIRIPO que la hizo su esposa. HURTADO, que se hallaba ausente durante el ataque se constituyó prisionero de los indios para estar cerca de LUCIA. Aunque prometieron no tratarse, SIRIPO los sorprendió juntos y los hizo ejecutar» (8).
La presencia femenina cristiana en Puerto Gaboto durante la época de la Conquista es prácticamente nula. Sin embargo con la de LUCIA MIRANDA nos basta y sobra, porque es la síntesis de la femineidad y virtud hispana con todos sus atributos.
Los conquistadores representan una comparecencia viril que no necesita de la compañía de sus mujeres tradicionales europeas, hechas y educadas en la civilización con sus inhibiciones, complejos y exigencias. Ellos buscan otra cosa: el apresamiento de una tierra nueva, sin interferencias ni consejos, y encuentran en las compañeras indias la inspiración para el desarraigo, que es la característica hispana, porque ellas, en sus reacciones primitivas, les dan a los varones una supremacía emocional que les hace sentirse dueños del mundo. Ellos no extrañan la dulzura estudiada de sus mujeres, sino que buscan el contacto salvaje de otro color de piel, más tensa y musculosa, como la de los felinos onzas que pueblan la tierra.
Contrariamente, los indígenas se maravillan y extasían de las formas, suavidad y blancura de la tez de los cristianos.
Hay una compensación en los gustos y elecciones: de ahí que la escasez de castellanas despiertan plurales y simultáneos instintos entre los indios y caciques, mientras que la abundancia de doncellas indias tranquilizan los ímpetus de los conquistadores.
LUCIA MIRANDA vivió en ese medio.
La tuvimos aquí, en Puerto Gaboto, recogida en el Fuerte, al amparo de las espadas y arcabuces.
Luego, hechas las buenas relaciones, recorrió los ranchos del pueblo Sancti Spiritus que se diseminaban en alrededor de veinte hectáreas de quintas y sembradíos; visitó los caseríos indígenas; paseó en piragua acompañada de las princesas timbúes, caracaraes y minuanes por las tranquilas aguas del Caracarañá y del Coronda y entró en días de bonanza en las más tumultuosas del Paraná. Disfrutó de los paisajes que desde las barrancas se ofrecían a sus ojos en los amaneceres y en los arreboles del crepúsculo. Anduvo por el dédalo de riachos de las islas; se bafió en las mansas corrientes del Coronda; disfrutó de la sombra y frescura de los sauces llorones de los algarrobos y del chañar, y más de una vez estuvo en los ranchos de esteras del Anegadizo donde recibió las guaraníticas atenciones de MANGORE y de SIRIPO, sin pensar que en uno de aquellos algarrobos iba a ser atada para el holocausto.
Hasta ahora nadie se ocupó de saber cuándo fue sacrificada LUCIA MIRANDA, ni tampoco cuánto tiempo vivió en Sancti Spiritus y cuánto en el Rincón de Gaboto.
Si analizamos las posibilidades pudo haber llegado el 9 de junio de 1527 en la carabela de MIGUEL DE RIFOS, si vino en la Armada de SEBASTIAN GABOTO. Si arribó posteriormente con la expedición de DIEGO GARCIA DE MOGUER habría descendido en el Fuerte, a la llegada de su Capitán General, después de las paces con el Veneciano, para la segunda excursión al río Paraguay, el 5 de diciembre de 1528.
Durante esos períodos, nuestra imaginación adjudica a la castellana su forma de vida en las plácidas condiciones que terminamos de exponer.
Desde el asalto a la fortaleza y su rapto por SIRIPO el 10 de setiembre de 1529 hasta su muerte, no podemos precisar el tiempo transcurrido. Pudieron ser meses, un par de años, hasta tres, según las versiones.
RUI DIAZ DE GUZMAN, que nos cuenta la historia, da la sensación que la tragedia no fue inmediata, sino que para llegar a su culminación debió pasar un tiempo. Al parecer, después de la destrucción de la ciudadela, transcurrió un lapso de unos quince días hasta la llegada del capitán SEBASTIAN HURTADO, marido de LUCIA, y de su incorporación a la tribu timbú. Vinieron los arreglos con eljefe indio y el pacto de que los esposos no debían comunicarse entre sí, «y así se estuvieron por algún tiempo». ¿Cuánto? Lo ignoramos. Hubo luego una serie de intrigas, espionajes y seguimientos hasta que SIRIPO logró contar con las pruebas de la traición y dispuso la condena. «Todo lo cual sucedió el año de 1532», dice DIAZ DE GUZMAN, sin determinar el mes del suceso.
El historiador mestizo paraguayo equivocó muchas fechas y de ahí que se le acusa de inexacto. Se toma esta data de 1532 como la de destrucción de Sancti Spiritus, que fue en 1529; pero bien pudo ser la que corresponde al episodio del ajusticiamiento de LUCIA y de su esposo, como parece ser lo que DIAZ DE GUZMAN quiso explicar.
En este caso, habría vivido LUCIA con SIRIPO más de dos años. De ahí que algunos escritores, no ya historiadores, adjudican descendencia a la castellana.
No sabemos de qué fuentes se habrán nutrido algunas enciclopedias, como la Espasa Calpe, que dan como fecha de la muerte de la heroína, el año 1531, lo que puede ser probable, por lo expuesto.
De todo esto se infiere que la existencia de LUCIA MIRANDA y de su esposo SEBASTIAN HURTADO prolongó la presencia española en Puerto Gaboto, junto con los muchachos que los indios hicieron prisioneros en el ataque y con algunos mayores que se salvaron del desastre, entre ellos, como se sabe, JERONIMO ROMERO.
En ese período comenzó un nuevo sistema de convivencia, esta vez sin la soberbia que caracterizaba a los españoles y con la aceptación indígena de muchas actitudes y costumbres que los recientes compañeros blancos les transmitían, hasta que llegó el momento en que la hoguera convirtió en cenizas los cuerpos de LUCIA y SEBASTIAN, cuyo recuerdo perduró tanto entre los miembros de la tribu como entre los cristianos que fueron sus espectadores. La vida se siguió desenvolviendo sin otras alternativas que, las propias de una rutina vegetativa, hasta la llegada de los nuevos contingentes traídos por don PEDRO DE MENDOZA.
JERONIMO ROMERO, testigo del desenlace de la tragedia amorosa habrá dado su versión; sus interlocutores le habrán escuchado por curiosidad. El hecho en sí, una ejecución ritual, no prendió en el ánimo de quienes la presenciaron, curados de espanto como estaban de ver las decisiones bárbaras que tomaban los salvajes, frecuentemente hasta con los propios enemigos de su raza. Los móviles, la trama, el espectáculo como representación, no contaron para nada en el momento del suceso.
Recién se entra en el análisis de lo sucedido cuando alguien, como DIAZ DE GUZMAN, le da forma literaria y es captado por lectores cerebrales que sublimizan las virtudes e interpretan las pasiones.
El comentario pudo ser en aquel tiempo igual que cuando ahora se presenta un hecho más o menos destacable: «¿Vieron qué le pasó a LUCIA MIRANDA?» Dos palabras de condenación y de asombro, como respuesta, y después el olvido, sin pensar en la divulgación.
Se preguntarán algunos: «¿Cómo JERONIMO ROMERO no dijo nada?» Estamos seguros que sí habrá dicho; pero ¿qué importancia tenía para aquellos hombres que estaban en otra cosa, y para el mismo ROMERO en la euforia de su salvación?
Los que llegaron de vuelta, como RUY GARCIA DE MOSQUERA, HERNANDO DE RIBERA y los demás compañeros de SEBASTIAN HURTADO, ellos sí se habrán interesado más sobre este asunto, puen venían ya sabiendo de que su compañero no quiso acompañarlos en el regreso y en cambio, se sepultó en las tierras de Sancti Spiritus buscando conocer el destino que habría tenido su amada. No supieron más de HURTADO porque se marcharon y, al volver, el suspenso les acució y escucharon con atención las alternativas de las acciones donde perdieron lastimosamente la vida sus dos amigos.
A ellos les pareció grandioso el sacrificio y por eso no se cansaron de contarlo, hasta que el rumor se hizo general en la Asunción del Paraguay y fue recogido por RIA DIAZ DE GUZMAN.
Los descendientes de aquellos timbúes y guaraníes de las islas tampoco tenían motivos ni interés en difundir el episodio. No eran ni dramaturgos ni literatos. Para ellos las cosas pasaban y se borraban de su mente tan pronto como desaparecían las causas para recordarlas.
Pero en esta historia, esas causas estaban latentes en el espíritu de los blancos y de tanto en tanto afloraban las preguntas. Los indios, con inocente sagacidad, se daban cuenta de que ese argumento era de especial interés para los europeos. No alcanzaban a comprender las motivaciones de esa curiosidad, pues no entendían mucho de religión. de moral, de reacciones provocadas por el sistema de vida convencional de los visitantes; pero sabían muy bien que a los cristianos les gustaba escuchar esos relatos y por eso la tradición se transmitió hasta nuestros días, de generación en generación, cada vez más estilizada.
¿Historia, mito o leyenda? Cualquiera de las tres variantes es válida para el recuerdo.
Desconocemos si algún día llegarán las verdades. Entretanto, seguirán circulando las voces de la leyenda que no hacen mal a nadie o se afirmará cada vez más la mítica de un acontecer, que es el umbral de la historia.
Nos hemos esforzado perdiendo muchas horas en la búsqueda y ciertas cosas positivas hemos encontrado, como el testimonio de FELIX DE AZARA cuando nos dice que en su visita a Puerto Gaboto, un propietario de tierras de esa jurisdicción, don DOMINGO RIOS, le señaló el lugar exacto donde se produjo el sacrificio de LUCIA (9).
El sitio verdaderamente está frente al anegadizo en el campo de Fabbro. Nobleza obliga.
Seríamos demasiado insensibles si no levantásemos allí un sencillo monolito que dijese:
«Aquí, atada en sendos algarrobos, terminó la historia de un romance de amor castellano y de la pasión de dos caciques».
«Las flechas acallaron el corazón de SEBASTIAN HURTADO y las llamas convirtieron en humo las gracias de LUCIA MIRANDA, que la brisa del Coronda aventó o hizo leyenda, en el año del Señor MDXXI ó MDXXXII».
NOTAS
(1) SOLER, AMADEO P.: «Obolos para las almas» (Romance a la leyenda de mi pueblo natal). Rosario, 1937.
(2) «La Nación». Suplemento, Buenos Aires, 18/10/1981.
(3) SHAKESPEARE, WILLIAM: «Obras completas». Ed. Aguilar, Madrid, 1951.
(4) ZORRILLA DE SAN MARTIN, JUAN: «Tabaré». Buenos Aires, 1939.
(5) SYLVESTER, HUGO: «Lucía Miranda: Leyenda y literatura» en «Todo es Historia». Buenos Aires, 1980.
(6) Diccionario Hispano Americano. Biografía de MOSQUERA, RUY GARCIA DE.
(7) SOLER, AMADEO P.: «Puerto Gaboto - La Historia Argentina comienza en 1527». Rosario,1980.
(8) Diccionario Enciclopédico Abreciado. Ed. Espasa-Calpe.
(9) SOLER, AMADEO P. - «Los 823 días del Fuerte Sancti Spiritus». Rosario, 1981. pág. 15.
LUCIA MIRANDA
El primero que mencionó el episodio cumplido por esta heroína fue el historiador mestizo paraguayo Rui Díaz de Guzmán en su libro “La Argentina”. Lo siguieron, llenando varios siglos de difusión libresca, Nicolás del Techo, Lozano, Guevara, Charlevoix y Funes. Dejando de lado si el suceso fue real o imaginado, lo cierto es que Lucía Miranda perdura a través del tiempo y ha dado lugar a la reproducción de múltiples expresiones literarias en la centuria pasada y en la presente. No puede separarse la tragedia de Lucía con la acción de los caciques Mangoré y Siripo y por eso se mezclan los protagonismos de una y de otros. La primera obra del teatro nacional que conmovió a los argentinos fue precisamente “Siripo” escrita por Manuel José de Labardén en 1789, en el Teatro de la Ranchería (ubicado en la actual esquina de Perú y Alsina, de Bs. As.). Incursionaron en el mismo tema el uruguayo Juan Orejón en 1818, Miguel Ortega en 1864 y Juan María Gutiérrez para reconstruir el original de la pieza perdida en parte. En la novelística el argumento fue tratado por Rosa Guerra, Eduarda Mansilla y Hugo Wast. En 1883 publicada por la Imprenta de “El Mensajero” Aduana 39, Rosario, apareció un poema sobre Lucía escrito por la poetisa Celestina Funes, con prólogo del Dr. Gabriel Carrasco. Finalmente, y esto no agota las menciones ni la bibliografía, en la lírica, la ópera “Siripo” de Felipe Boero y Bayón Herrera, se estrena en el Teatro Colón el 8 de junio de 1937.
ROMANCE A LA LEYENDA DE MI PUEBLO NATAL
Ha más de cuatro siglo que Gaboto
hoyó el misterio de salvajes tierras
enclavando en el Fuerte Sancti-Spiritus
el nombre de la España y su bandera,
y en ese mismo sitio vió la vida
mi corazón con pretensión de poeta,
que hoy cantando recuerda a sus lugares
con la emoción más honda de un cuerdas,
satisfecho y feliz de haber latido
donde murió una heroína de leyenda.
Se estremeció la flora imponetrable
y se durmieron las undosas aguas,
presintiendo el arribo de la Diosa
que en la vetusta y sigilosa barca,
envuelta por perfumes de tragedia
al punto terminal se aproximaba.
¿Es mujer o visión, la que en la borda
languidece al infierno de las salvas?
¿Es mujer o visión la que se atreve
a lacerar el alma de la Atlántida,
y a desafiar la selva majestuosa
que en las límpidas aguas se retrata?
Es mujer, sí; allá está esbelta,
apoyada en la borda de la barca,
aumentando el conjuro del paisaje
con la luz sin igual de su mirada.
Absorto la contempla el aborigen
que acecha temeroso entro las plantas,
brotando el regocijo por sus fibras
al contemplar la navegante casa
que se detiene balanceante y muda
en la fluvial y agreste encrucijada.
Y hete aquí a Mangoré, acariciando
las rústicas aristas de su lariza,
pide al Gran Sol le otorgue la bravura
del jaguar que madriga en la maraña,
para llegar al fuerte de los blancos
y captarse el cariño de la hispana.
Y Siripo ... ¿Qué piensa? ¿Por qué vela
junto a la pira, pr6ximo a las aguas?
Les ruega en oración a las estrellas:
«Denme vigor y fuerza, porque quiero
romper la resistente empalizada,
y oponiendo mis brazos a rivales
llegar hasta los predios de mi amada»
Cumplieron las estrellas. Una noche
que ausentes del espacio se encontraban,
volcaron los Timbúes sus astucias
en millares de flechas incendiarias.
Y allá, dentro del Fuerte,
celoso del amor de la Miranda,
Siripo a Mangoré deja tendido
en cobarde traición premeditada.
No adelanta el Caín en sus empeños;
el valor y el orgullo de la Hispana
contrarrestan los ímpetus salvajes
del cacique infeliz que la reclama.
Ya no canta el zorzal en la ribera
ni están serenas las salvajes aguas
pues la surcan en todas direcciones
cantidad infinita de piraguas.
Hay festejos de sangre en la espesura:
Siripo ha condenado a la Miranda,
por no corresponder sus pretensiones
a morir consumida por las ramas.
Y al elevarse al cielo la humareda
junto al fúnesto crepitar de ramas,
se ilumina la selva murmurante
con el vivo color de la escarlata.
………………………
Desde esa noche, según un lugareño
las flores del ceibal ya no son blancas…
A. PELAYO RELOS
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